29/6/11

Cumbres Borrascosas



Wuthering Heights, William Wyler, 1939, EEUU, Laurence Olivier, Merle Oberon, David Niven.

El clásico de la literatura inglesa del XIX escrito por Emily Brontë y publicado, como la obra de sus hermanas, bajo seudónimo masculino ha servido de base para incontables adaptaciones pero puede que la más celebrada sea esta versión producida por Samuel Goldwyn. La novela queda condensada y se obvia su parte final en el tratamiento dado por Charles Mc Arthur y Ben Hecht para centrarse en la historia de amor entre la pareja protagonista, construyéndose un filme dramático con enjundia emocional y profundidad visual. Paradigma del melodrama hasta en la fuente que le sirve de inspiración (novela romántica victoriana),  con el vértice de la acción en el sufrimiento de los personajes protagonistas, Cumbres Borrascosas descansa en una envoltura visual imponente: la dirección virtuosa de Wyler con sus composiciones, emplazamientos y movimientos de cámara se conjuga con la interesante fotografía de Gregg Toland (galardonada con el Oscar, el único que se llevó la producción de entre sus numerosas nominaciones en un año mítico para la industria norteamericana) para otorgar a este filme una densidad estética significativa. La labor de Toland y Wyler se complementa con la magnífica dirección artística de James Basevi quien combina unos decorados interiores magníficos con unos exteriores que si bien parecen pobres dotan al filme de una atmósfera decadente, metáfora de la soledad interior con la que viven los personajes. Estos tres elementos elevan la calidad de la película y se completan con la magnética interpretación de Laurence Olivier en un papel que lo encumbró de manera definitiva en Hollywood.

De nuevo Wyler consigue plantear un melodrama que sigue la corriente de las adaptaciones literarias de la época y al que confiere un envoltorio visual espléndido a través de su demostrada habilidad en posicionar y mover la cámara (planos de escaleras o ventanas son frecuentes en el director y sirven de ejemplo) y su capacidad técnica (profundidad de campo) aunque su estilo quede como frío en algunos momentos quizás por las desavenencias con Goldwyn quien al parecer impuso la escena final (aunque los dos siguieron colaborando en otras obras con posterioridad a esta), o quizás esta frialdad que lastra su notable filmografía en algunas ocasiones sea una característica inherente a su enorme aptitud para la puesta en escena.

Drama contundente edificado en las diferencias sociales y en una historia de amor marcada por el destino que supera en su carga dramática y emotiva a Lo Que El Viento Se Llevó (por citar la película coetánea a ella más conocida) y que despliega un diseño visual y artístico relevante.

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