14/9/11

El Apartamento



The Apartment, Billy Wilder, 1960, EEUU, Jack Lemmon, Shirley MacLaine, Fred MacMurray.

Billy Wilder inspirándose en cómo sería el hombre que prestara la habitación para la pareja de Breve Encuentro (1945), escribe, produce y dirige con su habitual acidez esta crítica hacia la sociedad capitalista que a la vez se torna en una reflexión sobre la soledad y el necesario logro de la madurez personal, entendida ésta como autodeterminación de la persona. Pese a los temas polémicos para la sociedad americana expuestos de manera explícita en el filme (adulterio, suicidio), éste cosechó un enorme éxito coronado con numerosos galardones en la ceremonia de los Oscar (entre ellos los de Mejor PelículaDirector y Guión), además en la actualidad el prestigio de la obra es indiscutible y sus valores ampliamente reconocidos por público y crítica. Así pues, nos situamos ante una película importante en la cinematografía de Wilder, rodada a rebufo de su anterior producción, la célebre Con Faldas y a lo Loco, y en la que a través de un sólido y rico guión, co-escrito con su colaborador habitual desde mediados de los 50, I.A.L.Diamond, construye una historia agridulce en la que un hombre gris toma conciencia de la jerarquía de su escala axiológica.

Mediante la magnífica presentación del tipo medio que protagoniza el relato, desarrollada con unos planos deudores de la espléndida película silente Y el Mundo Marcha (1928) en conjunción con el diseño de la oficina -obra de Alexandre Trauner -en la que trabaja el personaje, Wilder nos introduce en su mordaz sátira sobre el éxito y la despersonalización, crónica que comienza por los cauces de la comedia con elementos de slapstick servidos por Lemmon, deriva hacia un tono más dramático y concluye por los cauces de la comedia romántica dejando un poso agridulce dominado por las sonrisas más que por las risas. Cáustica y tierna a un tiempo, El Apartamento consigue crear un héroe de integridad moral dudosa dispuesto a casi todo por obtener éxito laboral, señal de reconocimiento social que orienta su conducta y domina la sociedad capitalista en la que vive. Además la corrupción de otros personajes que no dudan en utilizar su posición profesional en aras de sus intereses queda reflejada con ironía de manera sublime en lo que se constituye en llamada de atención sobre el uso del poder a costa de los demás y en provecho propio.



Pero también El Apartamento supone una áspera mirada a la soledad y al mundo de las relaciones interpersonales, un melancólico retrato del aislamiento emocional que podemos padecer en una sociedad que prima ante todo el estatus socio-profesional. Es precisamente la toma de conciencia por parte del gris oficinista de la existencia de otros valores, en este caso el amor que siente hacia la adorable ascensorista encarnada por una dulce y vulnerable Shirley MacLaine, la que le permite tomar el control de su propia vida. El tránsito a la madurez del protagonista es narrado de manera magnífica por Wilder quien en este filme consigue crear un aura cercana al "toque" de su maestro Lubitsch (incluso al igual que en El Bazar de las Sorpresas se incluye un episodio tan dramático como es un intento de suicidio) para desarrollar temas tan duros como la soledad expresada en escenas como la de la cena con la TV o la del bar.

El guión consistente, la estupenda fotografía de Joseph LaShelle, la partitura de Adolph Deutsch, el diseño artístico del mencionado más arriba Trauner y las notables interpretaciones de Jack Lemmon, quien se siente casi tan a gusto en el drama como en la comedia slapstick,  y un destacado Fred MacMurray -alejado de sus papeles habituales-, sin olvidar a la delicada Shirley MacLaine y a unos secundarios capitaneados por Jack Kruschen y, por supuesto, la peculiar idiosincrasia de Billy Wilder hacen de El Apartamento un clásico que gana con cada visionado.

8/9/11

Detective a la Fuerza



The Bank Dick, Edward F. Cline, 1940, EEUU, W. C. Fields, Grady Sutton, Una Merkel.

Para quien no conozca a Fields ésta es la mejor opción para hacerlo pues esta comedia pasa por ser para muchos la mejor película del cómico estadounidense. Originario del vodevil norteamericano, malabarista en sus inicios, con experiencia en el cine mudo, Fields construyó un álter ego borrachín que en este filme interpreta por penúltima vez y que lo consagró en la década de los 30 como uno de los más populares cómicos de su país. Detective a la Fuerza pertenece al período posterior a la grave enfermedad derivada del abuso de alcohol que Fields padeció y que, unida a su mala relación con los productores de Hollywood por su interés en gozar de libertad creativa, supuso un parón en su carrera cinematográfica. Por suerte, un anuncio en la radio y un programa exitoso en el mismo medio en el que polemizaba con una famosa marioneta de la época a la que movía el ventrílocuo Edgar Bergen, posibilitaron la vuelta al cine de Fields bajo el manto de la Universal, estudio que le pagaba un sueldo de estrella y que le permitió disfrutar de algo más de autonomía en el aspecto artístico.

Desde el seudónimo con el que firma el guión, Mahatma Kane Jeeves, proveniente de un juego de palabras, las intenciones del excéntrico humorista quedan claras y el humor absurdo domina la película constituyéndose ésta en una serie de situaciones apenas hilvanadas que se suceden a un ritmo veloz y dinámico culminado con una persecución deudora del cine silente. Tan sólo en el momento central durante el que una tenue trama parece dirigir la película decae la enérgica velocidad de esta disparatada aventura trufada de algunos gags magníficos, multitud de juegos verbales y, en definitiva, mucho sentido del humor.

El aspecto deteriorado que presenta Fields no es óbice para que escriba e interprete una sátira del puritanismo de la clase media norteamericana, de su materialismo y ya de paso cargar contra el sueño americano (el héroe consigue su posición no precisamente por esfuerzo) sin olvidarse de parodiar el propio mundo del cine. Para ello se rodea de algunos de sus habituales colaboradores: el estirado Franklin Pangborn, el simplón e inocente Grady Sutton o el mismo director del filme, Edward Cline, otro tipo con experiencia en la Keystone de Sennett al igual que Fields.



Puede que la película pierda interés fuera del contexto cultural e histórico en el que está situada pues las referencias a este son numerosas (a la época del cine mudo, el "Michael Finn" al que se alude en determinado momento es el combinado-narcótico Mickey Finn) además de ofrecer bromas muy personales de Fields como su afición por los nombres estrambóticos pero el conjunto mantiene un tono intemporal plenamente vigente hoy en día y más para los aficionados al humor surrealista. Los diálogos inteligentes (el tapón de la botella) y el slapstick siempre presente hacen que el espectador tenga que estar atento para no perderse ni una sola de las bromas que se muestran en pantalla, tal es la sinergia de lo que se dice y lo que se hace por parte de los personajes.

Sin duda, Detective a la Fuerza es un filme que hay que ver más de una vez y es sorprendente que el héroe, un hombre que siente adoración por el alcohol, que engaña de manera sistemática y que, incluso, pega a los niños además de ser incapaz de hacer frente a cualquier otra obligación que no sea ir al bar, goce de todas nuestras simpatías y sea capaz de sortear el Código Hays, no ya sólo por el final de la película sino también por el asombroso hecho del nombre que lleva el antro donde pasa las horas nuestro protagonista, The Black Pussy (!). No es de extrañar que la figura de W.C. Fields tenga cierta aura de "anti-establishment".



La influencia que ha ejercido este cómico en otras figuras del género en cualquier campo de este se puede rastrear a través de diversos homenajes o reconocimientos más o menos explícitos: Woody AllenBenny HillGoscinny vía Lucky Luke, los hermanos Zucker y Jim Abrahams...El revival que Fields disfrutó en los 60 queda ya lejano pero Detective a la Fuerza en la que todos los elementos se conjugan en aras de buscar hilaridad (por ejemplo, la banda sonora compuesta por efectos de sonido cómicos y una funcional partitura de Charles Previn) demuestra ser un producto plenamente vigente que además de anticipar o desarrollar un tipo de humor absurdo que siempre ha gozado de seguidores consigue rendir tributo y revisar las descacharrantes persecuciones finales de la Keystone a las que Peter Bogdanovich también daría su sentido homenaje en ¿Qué me pasa, Doctor?. Bienvenidos al universo de W. C. Fields, mundo en el que los amantes del humor surrealista, los cinéfilos y los apasionados de la comedia, en especial de la silente, podrán disfrutar a carcajada llena.

4/9/11

El Cabo del Terror



Cape Fear, J. Lee Thompson, 1962, EEUU, Gregory Peck, Robert Mitchum, Polly Bergen.

Thriller con tintes "noir" que es recordado, principalmente, por la composición que Robert Mitchum hace de uno de los grandes malvados del cine: Max Cady, un tipo lascivo y vengativo que domina la película ya desde el inicio de ésta con la presentación del personaje y su inmediata definición. Desde luego Mitchum borda, como ya hiciera años antes con su no menos siniestro Reverendo Harry Powell, su personaje vengativo.



Pero además El Cabo del Terror es destacable por su fotografía de cariz negro, obra del operador Sam Leavitt, la estupenda banda sonora de Bernard Herrmann en su estilo urgente y fogoso y, por último, la recia dirección del británico J. Lee Thompson quien pese a algunas situaciones forzadas e incluso tramposas (la persecución por el colegio) sabe dotar a la narración de un ritmo alto y logra construir algunas escenas de manera cercana al género de terror (la bajada por las escaleras de la madre) y a otras les imprime dosis de suspense (el mismo desenlace que transcurre en el río que da título al filme). En definitiva, el director partiendo de un guión efectista de James R. Webb que adapta una novela de John D. MacDonald, despliega un correcto ejercicio de suspense basado en el uso de la iluminación y la adecuada pulsión rítmica para presentar el tono de la narración, cargado de violencia y sexualidad.

Otra cuestión bien diferente es la visión ultraconservadora del filme que parece apoyar las tesis que propugnan que el ciudadano está desprotegido por las leyes y debe defenderse de cualquier manera frente a posibles amenazas. Sobre este particular es paradigmático que el personaje del abogado Sam Bowden, cuando deja de serlo se vea liberado para actuar en consecuencia, no sin antes haber intentado prevalerse de su amistad con el jefe de policía o de recurrir a métodos poco escrupulosos desde el punto de vista ético, aunque plenamente justificados a tenor de la narración, para conseguir su objetivo. El desenlace del filme no hará más que difuminar las diferencias entre los dos antagonistas pese a mostrarse como justificada la actitud de uno de ellos. La última etapa de la trayectoria profesional de Thompson -tan diferente a la inicial- con sus colaboraciones con Charles Bronson, parece confirmar este aspecto de ansia justiciera que en el caso de El Cabo del Terror anticipa toda la estirpe de vengadores que llegaría en la década siguiente.



En fin, quedémonos con los méritos técnicos y dramáticos del filme ya que se trata de un entretenido relato de suspense que se ha convertido en un clásico menor a caballo entre el cine negro y el de terror además de presentarnos a Max Cady, uno de esos malos que dan cuerpo al cine.

1/9/11

Tormenta Mortal



The Mortal Storm, Frank Borzage, 1940, EEUU, James Stewart, Margaret Sullavan, Frank Morgan.

Una de las primeras producciones de Hollywood de carácter abiertamente anti-Nazi y una de las pocas que trata el tema de manera contundente antes de la entrada de los USA en la II Guerra Mundial Tormenta Mortal es un filme romántico de propaganda que despliega todo el estilo de Frank Borzage, director que en la actualidad ha quedado olvidado pero que en el período comprendido entre los años veinte y mediados de los cuarenta -en especial a finales del mudo y principios del sonoro- gozó tanto de una enorme reputación como conocedor del medio cinematográfico y creador de un estilo reconocible (hasta el punto de denominarlo como "Toque Borzage") como de una gran popularidad que fue perdiendo paulatinamente con el transcurso del tiempo. Su incuestionable éxito fue reconocido con la obtención del primer Oscar a Mejor Director allá por el año 1927 por El Séptimo CieloBorzage en aquellos tiempos se labró una trayectoria profesional en la que destaca su aportación en el campo del melodrama, género en el que se le considera consumado maestro.



Precisamente, Tormenta Mortal es un drama romántico en el que los amantes deben superar la adversidad, en este caso el auge del nazismo,  y que transita sin más por los cauces del género bajo la atenta dirección de Borzage quien consigue crear una atmósfera familiar y entrañable al principio del filme que se descompondrá paulatinamente con el advenimiento en el poder del Partido Nazi. Esta desintegración sirve como vehículo para denunciar el peligro del régimen comandado por Adolf Hitler de manera diáfana hasta el punto de citar el nombre de éste en la narración. Pero no es hasta el final del filme cuando este alcanza, desde el punto de vista técnico y emocional, una dimensión que va más allá de su fulgor propagandístico y se sitúa por encima de una fútil historia de amor. Es en el tramo último donde la película depara momentos magníficos como la ceremonia oficiosa de matrimonio realizada con una sensibilidad exquisita, la persecución por las montañas nevadas con su desenlace sorprendente y acorde con el espíritu subyacente a la narración (la alerta sobre un peligro que se cierne sobre el mundo) y la escena conclusiva cuya construcción basada en la conjunción de los elementos auditivos y visuales es reconocida y recordada por su calidad y emotividad.

El desenlace del filme además de demostrar el dominio que sobre el lenguaje cinematográfico tenía Borzage, permite superar tanto el aspecto envejecido del que adolece el relato, desde su vertiente visual hasta su avance narrativo, como el tono de melodrama y de película de propaganda política. Ésta última característica es, quizá, el aspecto por el que Tormenta Mortal es mencionada en la actualidad ya que aunque no explique las causas del fenómeno sí plantea la situación de los alemanes que no comulgaban con el ideario del nacionalsocialismo y advierte del peligro de la intransigencia del movimiento, siendo pionera en este sentido, eso sí, dentro de los presupuestos del cine comercial y romántico de la época.



La novela de Phyllis Bottome es aprovechada por Borzage para ahondar en sus preocupaciones estilísticas y temáticas y firmar un producto que ha pasado a la posteridad por su carga política completada por una historia romántica que supuso la cuarta y última colaboración de la pareja James Stewart-Margaret Sullavan, aquí arropados por un elenco de secundarios de prestigio, entre los que encontramos a Frank MorganMaria OuspenskayaWard Bond y un bisoño Robert Stack.