23/10/12

Doce del Patíbulo


The Dirty Dozen, Robert Aldrich, 1967, EEUU, Lee Marvin, Ernest Borgnine, Charles Bronson.

Descomunal éxito de público que a día de hoy sigue gozando de gran popularidad, y no sólo entre los seguidores del género bélico, y que se mueve a lo largo de la línea fronteriza que separa las ficciones antibelicistas y los relatos de guerra al uso construidos con el reclamo de la acción violenta como eje principal. Precisamente, esta ambigüedad queda resuelta en la última media hora del largometraje al decantarse Robert Aldrich por celebrar una exaltación de la violencia por la violencia en un frustrado intento, quizá, de denunciar la barbarie de los conflictos bélicos, suposición bastante lógica si atendemos al resto de la mayor parte de su prolífica cinematografía y su carácter liberal expuesto en ella. En cualquier caso, Doce del Patíbulo supuso para el director el reconocimiento por parte de la audiencia de la época y, hoy por hoy, puede que sea su película más recordada para la mayoría del público general.

El libreto que adapta el "best seller" de E. M. Nathanson que da pie a la película, firmado por el prestigioso Nunnally Johnson y Lukas Heller pero muy trabajado por el propio Aldrich, estructura la historia en tres bloques diferenciados por su interés y su tonalidad. En el primero encontramos la parte de mayor enjundia con la introducción de los personajes, el segundo se desenvuelve con tono amable pero no hace más que profundizar en los clichés del cine más puramente comercial y, por último, la parte conclusiva del relato construida con acertada tensión torna el cariz del filme despiadado y violento, aunque para los estándares de nuestros días no sea tan rotunda esta circunstancia. De todos modos y considerando los desiguales resultados de los distintos segmentos de la película, ésta está narrada con pulso firme por su director quien la dota de garra y energía, logrando que las dos horas y media de metraje resulten entretenidas en su conjunto.  En este sentido, el filme funciona como producto comercial apoyado en sus dosis de acción y su variado surtido de personajes encarnados por un grupo de actores envidiable para cualquier película capitaneados por un excelente y duro Lee Marvin. Desde luego que el elenco es atrayente y conjuga intérpretes en su mejor momento (el propio Marvin), secundarios de cierto renombre (el lacónico Charles Bronson) y legendarios (Ernest Borgnine), personalidades singulares del Séptimo Arte (John Cassavetes), estrellas en ciernes (Donald Sutherland) y veteranas (Robert Ryan)  y hasta deportistas de élite (Jim Brown, el considerado por la prensa especializada como mejor jugador de fútbol americano de todos los tiempos y que protagoniza una escena propia de este deporte); sin duda, este reparto se erige como una de las bazas principales de la propuesta. 



Una propuesta que asienta unos patrones por los que se moverán muchas producciones posteriores dentro del género y que, a tenor de su reconocimiento popular actual y de otras más recientes (Malditos Bastardos), podemos asegurar que mantiene su vigencia como producto de entretenimiento más de cuarenta y cinco años después de ser rodada. El estilo firme de Aldrich ayudado por la labor dinámica en la edición de Michael Luciano y la correcta fotografía del operador Edward Scaife, además de las actuaciones de su reparto coral, se sitúan como causas de esta exitosa permanencia en los gustos del público mayoritario. Sin olvidar, claro está, el tratamiento de acción y aventura característico del género. La pericia y la efectividad de Aldrich, quien no duda en introducir dosis de humor en determinados momentos del relato y que es capaz de encontrar soluciones interesantes en otros, se encuentran detrás del éxito de esta historia de misión imposible que, por una parte, plantea cierta mirada "anti-establishment" mediante el desafío a la autoridad o por asignar el papel de héroes la colección de seres asociales que protagonizan la aventura e, incluso, por la misma presencia de prostitutas en determinada situación pero, por el otro lado, no duda en plasmar la heroicidad de la violencia más salvaje. De hecho, una mirada que parece ser crítica en su planteamiento acaba en el acto final certificándose como una glorificación de aquello que se cuestionaba. Esa posible lectura antibélica queda diluida a través del exabrupto final.

En fin, Doce del Patíbulo es una muestra de buen cine comercial y parece no haber envejecido demasiado a pesar de lo previsible que es el desarrollo de la trama. Cinta discreta pero entretenida, especialmente en su inicio y, quizás, en su bien filmada pero sangrienta conclusión, que puede captar el interés independientemente de si el espectador es seguidor o no del género ya que cuenta con algunos indudables méritos, algunos de los cuales se han tratado de enumerar en este comentario.



Las imágenes se han encontrado en la red tras búsqueda con Google y se utilizan, exclusivamente, con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.



14/10/12

Alma en Suplicio


Mildred Pierce, Michael Curtiz, 1945, EEUU, Joan Crawford, Jack Carson, Zachary Scott.

El desembarco de Joan Crawford en la Warner tras su periplo por la MGM, que la elevó a la categoría de una de las más grandes estrellas del celuloide en la década anterior, no pudo ser más triunfal. Esta película no solo revitalizó la carrera de la actriz que no atravesaba sus mejores momentos y la encaminó hacia un tipo de papeles que podemos considerar una nueva y fructífera etapa de su trayectoria profesional, sino que también supuso un impacto comercial notable y cosechó buenas críticas. Todo ello se vio recompensado en la ceremonia de los Oscar con una estatuilla para su protagonista y unas cuantas nominaciones, entre ellas la de Mejor Película. Con el preciado galardón en el zurrón, Crawford se apresta a instaurarse como uno de los grandes iconos del melodrama aromatizado de cine negro. Su papel en Alma en Suplicio, que la obliga a ponerse en la piel de una mujer valerosa e independiente aunque empujada a la tragedia por la fuerza del destino, es premonitorio de su filmografía posterior, la cual se encuentra enclavada en ese territorio en el que el texto melodramático se confunde con la estructura formal del "noir" más puro. La señora determinada pero sujeta a los accidentes de la vida cotidiana que personifica la intérprete protagoniza de manera ubicua la narración y sobre ella descansa toda la historia, circunstancia sorprendente si nos atenemos al género negro pero habitual si consideramos el melodrama cuyos papeles protagónicos suelen recaer en las mujeres.



Despojado el relato original de James M. Cain, que sirve de base al filme, de su profundidad social, el guión de Ranald Mac Dougall incorpora un asesinato y se estructura en torno a los recursos propios del género "noir" como el "flash-back" y la voz en "off", ingredientes que, por consiguiente, lo aproximan a este tipo de películas. Acercamiento que se acrecienta con la extraordinaria labor del operador Ernest Haller, el factor por el que podemos considerar esta Alma en Suplicio como ejercicio negro con todas las consecuencias desde el punto de vista formal. Las escenas iniciales en la casa de la playa y las que transcurren en la comisaría, entre otras, fotografiadas en clave baja, siguen la línea de marcada inspiración expresionista que caracteriza al género con todas las de la ley. Además, Michael Curtiz, un director que podía rodar cualquier cosa, se atreve con encuadres forzados para adornar su clásica puesta en escena. Así pues, el drama social urdido por el novelista, escritor adaptado un año antes en la obra maestra "noir" Perdición, queda transformado en un estilizado melodrama negro en el que se mezcla la aventura personal de una sufridora madre con una intriga criminal. Por supuesto, la lectura referida a los roles de género que supone la lucha de una mujer por obtener su independencia en una sociedad patriarcal o cuestiones como la clase social, quedan olvidadas en el tratamiento cinematográfico en detrimento de los acontecimientos de cariz sentimental, aunque la película evita caer en el sentimentalismo exacerbado, algo que nunca ocurre. Sin duda, el fuerte componente estructural "noir" ayuda a que la narración nunca llegue a esos extremos. La posible superficialidad del guión y sus evidentes carencias, que quedan al descubierto cuando se revisa el filme (la confusión del narrador omnisciente que se introduce en algún momento del relato de la protagonista y algunas soluciones un tanto efectistas), se salva con una construcción del mismo que atrapa de tal manera que el espectador se encuentra ansioso por descubrir la conclusión con la que se cerrará esta historia en la que el amor es utilizado como medio de ascensión social o, simplemente, deviene en pasatiempo y el dinero es fundamental para todos los personajes. Narrada con ritmo, ejecutada con profesionalidad, con notables interpretaciones (Zachary Scott está magnífico como "playboy") y protegida por el manto del cine negro, la historia de Mildred Pierce, ama de casa y empresaria de fuerte carácter y, sin embargo, con una debilidad trágica presente en el mismo, supone un rato de buen cine. Algo así como un "noir" de mujeres Alma en Suplicio tiene todos los ingredientes para seguir triunfando y, sí, cuenta con una pérfida mujer fatal que no duda en utilizar todas las pueriles y maduras artimañas que se le pasan por la cabeza para conseguir sus propósitos.



Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan exclusivamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.

9/10/12

Grupo Salvaje


The Wild Bunch, Sam Peckinpah, 1969, EEUU, William Holden, Robert Ryan, Ernest Borgnine.

Si usted permanece impasible tras visionar los veinte minutos iniciales de este brutal largometraje...en fin, no sabría que decirle pero, desde luego, habrá visto una pieza escalofriante y única de la historia de la cinematografía mundial. Una presentación construida de tal manera que la tensión latente que transpira explota y ¡cómo!. Impresionante, de verdad.

Si se mueven...¡mátalos!

Conocida por su exposición de una violencia extrema, Grupo Salvaje es más que eso, por supuesto. La,  para muchos, obra maestra de Sam Peckinpah, rodada en plena madurez creativa de este singular y polémico cineasta (el año siguiente firmaría la brillante La Balada de Cable Hogue), reúne competencia fílmica y profundidad emocional. La historia de seres anacrónicos que se comportan incapaces de insertarse en un nuevo orden de cosas, vencidos en el plano físico y moral por el paso del tiempo, se plasma con una inusitada intensidad dramática  teñida de una poderosa aura de melancolía, además de exhibir ese particular tratamiento de la violencia, sello de identidad de su director. Precisamente, los excesos de Peckinpah, que irían aumentando según avanzaba su trayectoria profesional, no pueden ocultar la indudable capacidad creadora y cinematográfica de este realizador que se fogueó con Don Siegel tras acumular experiencia en el campo del teatro y la TV, y que en la década de los 70 alcanzó a consolidar un controvertido estatus de estrella maldita a través de una interesante filmografía sobre la que extiende sus preocupaciones vitales y su mirada sociopolítica, un itinerario profesional que estuvo jalonado por continuos enfrentamientos con  productores y censores y mediante el cual, si lo circunscribimos al territorio del "Western", consiguió la renovación de este género. La aportación de Peckinpah a éste trasciende las fronteras del mismo, lo desmitifica de manera nostálgica y, asimismo, logra acercarse de una manera más profunda respecto a como lo acomete Sergio Leone con sus Spaghetti y/o en relación al tratamiento más humorístico dado al género en Dos Hombres y un Destino. Una línea trazada por Peckinpah que se encargaron de seguir dibujando otros como Arthur Penn (poco después) e, incluso, Clint Eastwood  unos años más tarde.

Filmada en un contexto social marcado en los USA por, entre otros acontecimientos, la Guerra de Vietnam y considerada por muchos como una alegoría sobre este conflicto y una reflexión sobre la política exterior norteamericana de la época, Grupo Salvaje puede afirmarse con total seguridad, sin embargo y alejándonos de lecturas políticas, que expande el territorio del "Western" a través de la particular mirada de "Bloody Sam", una visión en la que no existe una interpretación legendaria de los hechos y personajes. Al contrario, respetando la iconografía del género (constatada con la presencia de actores característicos del mismo) y ciertos temas capitales desde el punto de vista argumental como la existencia de una violencia que aquí queda elevada a la categoría de implacable, Grupo Salvaje desarrolla una operación antónima a la idealización. La localización temporal tardía de la acción así como geográfica, el relato se sitúa en plena Revolución Mexicana, permite enclavar a los personajes en un contexto límite tanto en el plano físico como en el emocional. La llegada de una nueva era representada por inventos industriales como la ametralladora y el coche convierte a los protagonistas del relato en seres anacrónicos, fuera de lugar y sin futuro para los cuales es imposible seguir procediendo acorde a sus valores e ideales. Su mundo está moribundo, en él ya no tienen cabida el sentido que ellos le conceden al honor o la amistad, y en una asombrosa demostración de coherencia interna, el filme concluye con la única solución posible. La violencia intrínseca del modo de vida de los personajes y del entorno se clausura con una abrumadora coreografía sangrienta, en un acto de redención final filmado con apabullante maestría por Peckinpah. Desde luego, estos algo más de siete minutos se confirman como un ejercicio cinematográfico potente y salvaje para cuya consecución la fase de edición cobra especial relevancia al tener que montar lo rodado con varias cámaras a distintas velocidades. El concepto audaz del montaje y el particular tratamiento que se ofrece de la violencia funcionan como los ejes de este consecuente colofón a una historia intensa desde el punto de vista dramático y formal.



Grupo Salvaje se desenvuelve con energía dada su riqueza y complejidad temática pero también desde el aspecto técnico confirmado con el empleo de recursos como la cámara lenta para amplificar el efecto de la dureza de la violencia, o esa pericia en la sala de montaje antes referenciada que engasta la concepción y ejecución del encarnizado y cruento duelo final que pone fin a la narración. También tienen cabida otros elementos, que podríamos llegar a considerar como manierismos de la época, como los barridos o el zoom que aquí consiguen utilidad dramática en la representación de un paisaje agreste e inmenso capturado en formato panorámico con la inestimable ayuda del operador Lucien Ballard. Es evidente que Peckinpah conocía su oficio. Como también se manifiesta que este cineasta es un notable narrador capaz de crear ambientes y asignarles una función dramática y narrativa y poblarlos con personajes a los que logra insuflar vida. Viejo y cansado, Pike (un soberbio William Holden) personifica un código de honor en el que la fidelidad y la camaradería operan como piedras angulares, unos valores insostenibles en un universo corrupto, feroz y cambiante. Su tiempo y el de sus compañeros parece haber pasado y en un acto de salvaje liberación final, el grupo se mantiene unido por un código moral propio. El empaque de la cuestión queda ampliado por el tono triste con que se impregna a la aventura (otra demostración de cohesión interna) y se magnifica con la aparición de una violencia épica y descarnada. En la década de los noventa irrumpió un director (supongo que no es necesario indicar su nombre) al que las nuevas generaciones encumbraron en el altar de la exposición de la violencia, probablemente esta afirmación se produjo desde el desconocimiento de la obra de Peckinpah. De sus fuentes han bebido Woo, Scorsese, Eastwood y, sí, Tarantino, entre otros. En Grupo Salvaje el acto violento se encuentra cohesionado con el nervio de su historia y alcanza una cualidad lírica y catártica, es, en definitiva, inherente a la naturaleza de la sociedad e, incluso, para los niños es una vivencia cotidiana y hasta trivial. Un elemento de la vida del que son testigos y al que, más tarde o más temprano, tendrán que recurrir. La demoledora conclusión y la tremenda forma de estamparla en la cara del espectador hacen de Grupo Salvaje un ejercicio cinematográfico poderoso del que no necesitamos ningún "remake" ni como el que el recientemente malogrado Tony Scott parecía querer abordar, ni de cualquier otro tipo.

Es curioso que la cristalización en la pantalla de la furiosa violencia, lograda con brillantez en el aspecto formal, consiga concederle una suerte de heroicidad moral a los actos brutales descritos, de tal manera que Peckinpah acaba por convertirse en un "mitificador" de aquello que desmitifica. No obstante, la consideración de este interesante realizador debe sobrepasar la simple acción de inventariar su obra como violenta y despacharlo como uno de los maestros de la violencia en la gran pantalla, sin más. Su peculiar mirada existencial y su capacidad cinematográfica van más allá. Y como muestra esta gran película que no deja impasible al espectador de ninguna de las maneras.



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