27/4/13

Sólo para...(7)

...investigadores y curiosos.

Puertas Adentro (Within Our Gates), O. Micheaux, 1920, EEUU.



Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.

20/4/13

Sólo para...(6)

...investigadores y curiosos.

El Gabinete del Doctor Caligari (Das Kabinett des Doktor Caligari), R. Wiene, 1920, Alemania.



16/4/13

El Sueño Eterno


The Big Sleep, Howard Hawks, 1946, EEUU, Humphrey Bogart, Lauren Bacall, John Ridgely.

Obra mayor del género negro El Sueño Eterno es una producción legendaria cuya reputación entre los aficionados al cine parece permanecer intacta con el paso del tiempo pese a desarrollar una de las tramas argumentales reconocida como de las más complejas de la historia del medio. Un hilo argumental que a partir de su tronco despliega un sinfín de ramas que cobran vida propia y autónoma y que, según los que han podido disfrutar de ella, queda mejor aclarado en la (pre) versión presentada en 1945, encontrada a finales del siglo pasado en un archivo universitario de los EUA, convenientemente restaurada y editada en DVD  para aquel país. No obstante, en la versión conocida mundialmente la creación de atmósfera prevalece sobre la plausibilidad o linealidad narrativa, quedando el espectador atrapado por el entorno y el tono del relato el cual se sucede en vertiginoso encadenamiento de escenas o situaciones por las que aparecen y desaparecen un buen número de personajes. Al fin, poco importa quien asesinó al chófer ¿verdad?.


La acción y el ritmo ágil y dinámico que imprime habitualmente Hawks a sus films está presente en éste y domina la investigación criminal que desvela el lado oscuro y los vicios ocultos de la sociedad, exponiendo la podredumbre del alma humana. El investigador creado por Raymond Chandler queda definido para la conciencia colectiva a partir de la interpretación que de él hacen Hawks y sus habituales guionistas (Faulkner, Furthman y la debutante Brackett) y con la encarnación superlativa de Bogart, personalidad que ya actúa como fuerza motora en las películas en las que interviene  pues ha dejado muy atrás sus roles secundarios y actor que lleva el peso absoluto de la película y que acierta a dotar a Marlowe de carácter e identidad plenas con ciertos gestos característicos y hasta se atreve con un sorpresivo cambio de registro. Es llamativo que esta fijación en el imaginario común se consiga con menor dosis de fidelidad a la letra del novelista que otras propuestas menos recordadas para la audiencia de nuestros días. Circunstancia que puede ser explicada por la presencia de la mítica pareja formada por Bogart y Lauren Bacall, filón comercial que debía ser explotado hasta el punto de añadir escenas para la versión definitiva y que queda meridiano a través de los títulos de crédito. Hollywood es y era una industria y la Warner (estudio que produjo este film) era y es una empresa, huelga decir más. El sacrificio de la negritud de la propuesta y de la narrativa en aras de la maximización de beneficios obtenida con el reclamo del dúo pesa sobre el resultado final. El anzuelo lanzado para el público general de la época de estreno de El Sueño Eterno se transmuta en punto de encuentro mitómano para la audiencia actual y para muchos es factor que engrandece el producto, pocos parecen plantear voces discordantes aunque algunos testigos de la versión no estrenada antes referida aseguran que la historia queda mejor ligada y es más oscura que la definitiva. Sin duda, la decidida apuesta por aprovechar cuestiones que pueden trascender el ámbito artístico entraña ciertos riesgos para la calidad de la obra. La supuesta química entre intérpretes se debe a momentos de magia e inspiración, acaso es difícil buscar su forzada aparición y, podría ser cuestionable si esto se desliza en detrimento de otros aspectos relevantes para el conjunto de la obra. De las dos díscolas hermanas Sternwood, Carmen, incorporada por Martha Vickers, devora la pantalla. Lo demás, es ahondar en el mito y en el señuelo.  La celebrada escena hípica cuyo hallazgo radica en contener guarecido en sus diálogos alto "octanaje" sexual que dribla las normas del Código Hays demuestra el derrotero, su funcionalidad dramática o narrativa es sospechosa. La presencia de los interpretes de la antedicha situación, por otra parte bien ejecutada, no es el elemento fundamental por el que el aficionado al género negro aprecia esta película (aun con el carácter icónico negro de él), más bien, ésta se torna como muestra básica de este catálogo y asume su condición de excelente por otras cuestiones que, también de modo curioso, incluso se alejan de los parámetros formales del género en la que se la canoniza.

El género negro comenzaba a disfrutar de su apogeo en las postrimerías de la II Guerra Mundial corporeizando la decepción y la crítica social de la época a través de sus personajes complejos y ambiguos o el despliegue de una violencia moral e, incluso, física y verbal contundente, elementos que se articulaban en unos arquetipos (el investigador privado, la mujer fatal) y en unos mecanismos técnicos y formales convertidos en inherentes como la narración en "off" y desgranada en flash-backs o la iluminación escogida de marcados tintes expresionistas. Pero, quizá de manera sorprendente, separándose de los códigos del género la opción por la que esa corruptela moral imperante queda desvelada y/o denunciada por Hawks acaba erigida como monumento negro. El relato no se explica a través de la voz en "off", ni se articula mediante analepsis, en su desarrollo no domina el claroscuro salvo en contados escenarios, ni se dan escenas delirantes, tampoco se recurre a encuadres imposibles, además, el héroe es un tipo lúcido y seguro de sí mismo que avanza sin titubeos en su encuesta que, aunque es cierto que no controla totalmente los sucesos en los que se ve inmerso, está muy alejado del anti-héroe prototípico de la ficción criminal atrapado en una telaraña de acontecimientos y mecido por los meandros del destino. Tal vez el binomio compuesto por el modesto perdedor Harry Jones (el admirado en los círculos negros, Elisha Cook, Jr.) y su particular mujer fatal, Agnes (Sonia Darrin, actriz de aspecto tan gélido como idóneo) sean los ingredientes más próximos al cine negro en lo que deviene una especie de subversión hacia el mismo género. Se presenta la descomposición moral, se dan asesinatos, hay juego, sexo y chantaje pero los interiores se iluminan con claridad como norma por el operador Sid Hickox y el protagonista actúa sin fisuras como un profesional, paradigma del cine "hawksiano" antes que arquetipo del negro. Al plato preparado por el solvente y versátil Hawks le viene el estatus de película negra sin incorporar condimentos propios del género aunque sí trata el asunto criminal y muestra la vida paralela de la gran urbe, de nuevo habitada por una galería de personajes movidos por interés propio en pos del cual no titubean en emplear cualquier medio. Para la obtención de los ansiados dólares se practican las artimañas necesarias, también (por supuesto) en y por las clases altas cuya opulencia esconde el lado oculto de la naturaleza humana. Juicio sobre los ricos emitido por Chandler cuya historia es muy difícil de contar en el celuloide con la Oficina del Sr. Breen husmeando en todos los asuntos habidos y por haber, muchos años más tarde las cosas se pueden contar de otra manera pero allí la complejidad derivada de asuntos como las drogas y la pornografía se sortea con diligencia  por Hawks y su equipo, de entre el cual destaca, además del trabajo en el libreto citado arriba, la labor del delfín Christian Nyby en la edición y la interesante partitura de Max Steiner así como la eficaz dirección artística de Carl Jules Weyl. El estilo enérgico, vivo y funcional de Howard Hawks, violento si es necesario, dirige la acción y vaya acción, el espectador absorto en la velocidad vertiginosa con la que se encadenan las situaciones, en el ambiente creado y en los incisivos diálogos queda absorto y olvida los callejones sin salida a los que le conduce cada nueva tesitura planteada. La atmósfera cubre la película y al final las escenas priman sobre la narrativa sobre la cual incide apostar por el gancho que suponen los actores. Si se hubiera escogido ahondar en la vertiente turbia -mucho más interesante para un cinéfilo seguidor del ciclo negro que otras cuestiones, al fin y al cabo, ajenas- estaríamos ante otra película más cruda, más profunda, más completa, más negra. Y esto es mucho decir. Y, encima, si se vuelcan las preocupaciones vitales de Hawks (la camaradería esbozada, la profesionalidad antes mencionada), perceptibles en la versión definitiva aunque se sacrifican por la fibra comercial, estaríamos ante una obra mayúscula. Nos importaría más bien poco (quizá como al propio realizador) si acabáramos rascándonos la barbilla o el lóbulo de una de las orejas.



Las imágenes y el vídeo se han encontrado tras búsqueda a través de la Red con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores. 

13/4/13

8/4/13

La Senda Tenebrosa


Dark Passage, Delmer Daves, 1947, EEUU, Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Agnes Moorehead.

La novela de título homónimo publicada por David Goodis un año antes sirve de base a Delmer Daves, realizador proveniente del campo de la escritura cinematográfica, para desarrollar un notable ejercicio negro destilado con dosis de melodrama que en la actualidad goza de estatus de clásico menor. Goodis, uno de los nombres sagrados de la novela negra norteamericana, autor adaptado en varias ocasiones en el cine, medio en el que llega a trabajar como guionista a raíz, precisamente, del éxito de la novela que da pie a la película que nos ocupa. Daves, un realizador sobrio,  autor de un ramillete de buenas películas y conocido, fundamentalmente, por los Westerns que rodó en la década siguiente. Un director a reivindicar capaz de crear escenarios de fuerte tensión, en los que las relaciones que mantienen los personajes devienen factor capital y que no duda, en aras del efecto dramático, en atreverse con recursos como la cámara subjetiva, empleado en este filme y quizá el elemento por el que se recuerda esta propuesta, sin olvidar la presencia de la pareja protagonista, Bogart-Bacall. Un experimento, la narración desde el punto de vista subjetivo, que Robert Montgomery ya intentara poco antes con La Dama del Lago y que aquí ocupa buena parte del relato y queda integrada en él para enfatizar los sentimientos del protagonista. Qué duda cabe, Delmer Daves es un cineasta conciso que, siguiendo la senda abierta por John  Huston por su labor previa como guionista, desarrolla una trayectoria más que interesante, uno de esos directores que desde las sombras -al menos en cuanto se refiere al público general- han hecho grande esto del cine. Para la ocasión concibe un "thriller" negro característico de la Warner que, pese a contar una historia que bordea peligrosamente la implausibilidad (circunstancia que parece inherente al género negro muchas de cuyas ficciones acaban resolviéndose con la obligada suspensión de la incredulidad por parte del espectador el cual asiste a una concatenación de coincidencias o se ve abocado a seguir pistas que conducen a ninguna parte o que acaban en oscuros callejones sin salida o que, simplemente, no ligan la salsa quedando múltiples puntos del relato insolubles) y que se solventa con el débil, obligado y forzado "happy end", desgrana buen número de virtudes y lidia con éxito con el controvertido procedimiento de la filmación en primera persona del singular. La trama argumental tiene altibajos sí, pero Daves es capaz de dotar al conjunto de una textura y solidez que aumenta el valor del producto con cada nuevo visionado y ejecuta algunas escenas con brío y tensión, irradiando una atmósfera tensa y potente, plena de fuerza. Valgan como ejemplos el intento de desayuno del acosado protagonista o la inusitada violencia explícita con la que despacha la confrontación entre éste y el personaje encarnado por una magnífica Agnes Moorehead. Por supuesto, tampoco hay que pasar por alto la aparición del inquietante y siniestro secundario incorporado por el veterano Houseley Stevenson, un "doctor especialista" que permite la inclusión de una caleidoscópica escena onírica tan propia del género negro. El poder de algunas escenas es indudable y la mano de Daves está muy presente en ellas, un tipo que sabía lo que se hacía y que se adelanta al mismísimo Hitchcock en las posibilidades dramáticas que ofrece la ciudad de San Francisco, de la que él era nativo, para las ficciones negras.


La Senda Tenebrosa merece ser reconocida como más que una de las colaboraciones de la legendaria pareja formada por Bogart y Bacall, quizá la menos conocida o recordada y, seguro, la menos valorada a nivel de crítica y público. La obra que nos ocupa es una buena película, una de esas piezas que se erigen en clásicos menores, más allá de contar con la presencia de Bogart, ya consolidado como elemento central de las películas en las que interviene y ya elemento iconográfico del género negro al que su sola aparición define y ello pese a su extensa filmografía. El relato queda forzado en su vertiente romántica por la impostura que supone la simplificación a la que se ve sometido respecto al material original de Goodis en aras de la comercialidad y la explotación de la  presencia de la mítica pareja y es cierto que concluye de modo anticlimático pero recoge, a la vez que rompe, con las convenciones del género. Por un lado, antes del remate innecesario que supone la última escena de reunión final, la historia presenta un héroe alejado del protagónico "noir", el fatalismo que domina a los principales de estos relatos queda diluido por desarrollarse aquí como causa externa a aquél, tampoco se dan cita los arquetipos del género (acaso una suerte de mujer fatal) pero, por el otro, La Senda Tenebrosa es una parada obligatoria en el itinerario negro ya que en ella  tienen cabida mecanismos propios de este tipo de ficciones: la única vía de escape para el héroe es, como tantas veces, el territorio de América del Sur y/o la descarnada visión del mundo urbano que nos ofrece, jungla poblada por una extraña galería de personajes, por cierto, unos caracteres personificados por un elenco de actores secundarios excelsos que ejecutan sus roles de manera notable en unos casos y superlativa en otros: Bruce Bennett, siempre correcto desde su atalaya natural, Rory Mallinson estupendo como el fiel amigo, Tom D'Andrea en la piel de un sorprendente aliado que encuentra el sufrido personaje principal, Douglas Kennedy ejerciendo de curioso e implacable policía en uno de los momentos más efectivos de la película, el ratero de tres al cuarto Clifton Young cuyo final en la vida real parece un juego macabro del destino si consideramos las escenas que ocurren en la habitación del hotel, en las que intenta acosar al héroe, el citado Stevenson y la misma Moorehead. Un catálogo de seres humanos que pululan por la urbe iluminada por Sidney Hicox y que pueblan este relato en el que se encadenan situaciones sin solución de continuidad. Únicamente cuando la historia apuesta por la vertiente melodramática decae en interés. Precisamente es esta vis, explorada en otras renombradas ocasiones por el cine negro, la que imposibilita el crecimiento de la semilla negra que anida en el interior de la película. Vertiente que apura el filón de la dupla estrella pero que impide que la intriga negra, que la atmósfera y situaciones características del género acaben poseyendo el alma de la propuesta. No obstante, el trabajo de Daves descolla por el nervio que demuestra en la construcción de un ambiente enmarcado en el negro más absoluto, la energía que desprende la resolución con la que ejecuta algunas escenas y el hallazgo que supo encontrar y que suponen las localizaciones de la ciudad integradas como uno de los ejes vertebradores de la historia. La inclinación por la intriga cercana al melodrama o la ejecución envejecida de ciertos pasajes físicos (luchas y huidas) no es suficiente rémora para soslayar los méritos de este notable ejemplo de cine negro, siempre a reivindicar al igual que la mayor parte de la trayectoria profesional de su director. Cine serio, elaborado con garra y tensión y dominado por un ambiente perfectamente construido cuando apuesta por adentrarse en el territorio del más puro cine negro. Título obligado para los aficionados al género negro que se precien de serlo y que ya recibe homenajes como el que le tributa Brian Azzarello en su aclamada e imprescindible serie, 100 Balas.


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