28/7/13

Narciso Negro


Black Narcissus, Michael Powell & Emeric Pressburger, 1947, GB, Deborah Kerr, Sabu, David Farrar.

De la recia salud de la que disfrutaba el cine inglés desde mediados de la década de los años cuarenta hasta la mitad del decenio siguiente dan fehaciente prueba las comedias destiladas con octanaje negro por los Estudios Ealing, los trabajos del futuro director-estrella David Lean y, sin dudarlo, las películas elaboradas por el dúo formado por el realizador Michael Powell y el escritor de origen húngaro Emeric Pressburger, una singular colaboración que gestó unas obras igualmente originales. Por supuesto y para completar las cuatro patas de la mesa sobre la que servir el cine británico de los cuarenta, podríamos incluir los Melodramas Gainsborough, semillero de iconos como Stewart Granger, por citar alguno. Y esto sin nombrar el desembarco de Hitchcock en Hollywood a principios de década y la cristalización de la madurez del Libro de Estilo de este relevante cineasta en el período comentado, o las interesantes aportaciones de Carol Reed que alcanzaron su cénit por estos años  y sin menospreciar las incursiones de Laurence Olivier...casi nada. En fin, que la cinematografía británica estaba de enhorabuena. Claro que el contexto mundial también gozaba de la bonanza con el nacimiento y eclosión del cine negro en los USA o la entrada en escena del neorrealismo italiano. Y en esas estamos cuando hablamos del dúo Powell-Pressburger al que no sólo encontramos inmerso en este conjunto sino que también lo ayuda a engrandecer con su peculiar manera de entender el arte cinematográfico. Y para muestra un botón pues este relato basado en la novela de la prosista, criada en la India, Rumer Godden recoge elementos clave y definitorios del cine de esta pareja, desde el uso del color hasta la integración de la partitura como factor dramático, incluyendo una asombrosa recreación en estudio del paisaje del Himalaya, la cual cobra peso narrativo en el desarrollo de la historia, llegando a configurar el perfil psicológico de los personajes.


La concepción unitaria que del cine tenían estos autores alcanza  su corolario en esta aventura repleta de tensión psicológica que vive un grupo de monjas en la cordillera asiática, aunque quizá sus andanzas e intentos evangelizadores sean lo de menos. Donde radica la relevancia de esta película es en la fascinante construcción de su atmósfera a través de los ricos decorados que no esconden su carácter de pintura, la textura cromática o la posición de la cámara. Átomos de una molécula llamada cine. Para Powell y Presburger éste se construye con la integración de sus distintas partes en una unidad y para ello es necesario el control total sobre la obra. Algo que en el estudio se puede conseguir con menor grado de complejidad y este es el origen de la artificiosidad que impera en Narciso Negro, rodada en Pinewood casi en su totalidad, aunque se recurriera para algunas escenas a espectaculares jardines botánicos. Extraño y fascinante artificio que se vislumbra ya en la elección de la la camaleónica y brillante Jean Simmons para ejecutar un papel de nativa que anticipa sus roles exóticos y que se acaba oteando con claridad en su maravilloso diseño de producción, dirigido por el habitual del dueto Alfred Junge. Por no hablar de la abundancia cromática servida por otro acostumbrado colaborador del tándem, el reputado operador Jack Cardiff, quien confirmaba lo apuntado en otros trabajos y comenzaba a consolidar el prestigio y reconocimiento que continuó labrando a lo largo de su trayectoria profesional. Sin duda, en un proyecto como el que emprenden Powell y Pressburger, un cine de estudio y holístico, la aportación impagable de los profesionales que los apoyan, caso de los mencionados Junge y Cardiff o del propio Brian Easdale, autor que compone una cuantiosa (por su presencia) partitura de carácter narrativo, concede una dinámica artificial que desplaza al arco argumental hacia el fondo del escenario. Es la puesta en escena, sustentada en los decorados, las pinturas, la coloración, el vestuario y la música, las composiciones y encuadres, los trabajos de los intérpretes, la que actúa como protagonista principal. Aquí, la disposición expresiva de los decorados y del color alcanza cotas sublimes. A veces los Oscar aciertan.
Y eso que también funciona el drama desencadenado en las angustias de las mujeres protagónicas, encarnadas por la estupenda Deborah Kerr, la sobria Flora Robson y la alabada Kathleen Byron cuya salvaje transformación sitúa el film en el terreno del más genuino terror. Por cierto, todas ellas muy exigidas por la dirección de Powell y su apoyo continuo en el recurso dramático del primer plano. Y ya que estamos con el elenco hay que sacar a colación la interesante composición del actor de origen hindú Sabu, más que correcto en, quizá, su último papel relevante.

La historia de deseo y pasión reprimidos cuyo erotismo soterrado parece emerger por momentos es conducida con vigor y buen pulso por las coordenadas del melodrama psicológico y se muestra moderna, superando el embate del tiempo pese a las reticencias de algunos. El desnudado combate entre el alma y la carne alimenta la polémica que parece acompañar a las propuestas de los visionarios Powell y Pressburger, hasta el punto de eliminarse en los Estados Unidos escenas de esta película en el momento de su estreno para no contrariar a determinados grupos de presión católicos. Los apetitos cohibidos y las tentaciones negadas asoman en un clima de histeria cultivado en el más radical aislamiento. Para las religiosas las condiciones físicas y climatológicas junto con los propios recuerdos generan miedos y dudas, tambalean sus votos. Los códigos formales que envuelven a la historia fortalecen su fuerza dramática de manera que el tono del relato se estiliza hasta elevar el valor de la película.


En definitiva, la concepción global del cine de la que participaban Powell y Pressburger posibilita la plena integración de los diversos recursos del medio en un todo que es más que sus diferentes partes. La rica textura de Narciso Negro, dominada por el artificio ilusorio y dispuesta desde su fértil cromatismo y su extraordinario diseño de producción (sobre el que destacan las pinturas de W. Percy Day y su ayudante Peter Ellenshaw) pero también con un cuidado del detalle minucioso que otorga a la posición de la cámara, al sonido o al mismo movimiento de los actores, e incluso al exotismo de la localización geográfica, valor narrativo y empaque dramático, se consuma con un argumento psicológico bien llevado y sobre el que algunos quieren ver una referencia al contexto sociopolítico de la época (la India se independizó del Reino Unido el mismo año de estreno del film). El arte del simbiótico dúo goza de gran y justo predicamento. Las flechas de los arqueros vuelven a hacer diana en el ojo del aficionado al cine.



Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.

19/7/13

El Quinteto de la Muerte


The Ladykillers, Alexander Mackendrick, 1955, GB, Alec Guinness, Cecil Parker, Herbert Lom.

Sin duda esta deliciosa comedia es una de las más recordadas de las producidas en la posguerra por los londinenses Estudios Ealing, posiblemente la más emblemática y reconocida, sin duda deliciosa, como la mayoría de ellas. Este sainete forma parte de la serie de películas conocidas como Ealing Comedies que hicieron célebre al estudio y por las que se reconoce a éste con un lugar mayestático en el campo del fino ingenio del género. Las radiografías sobre la sociedad inglesa destiladas al oeste de Londres en clave de humor negro (muy negro) desde la mitad de los años cuarenta hasta mediados de la década siguiente, aproximadamente, son piezas con mucho pedigrí en esto de hacer reír. Bien ganado, por cierto. Unos estudios que, a propósito, siguen a pleno funcionamiento a día de hoy,  si bien con un marchamo bien diferente al que origina su reconocimiento dentro de la historia del cine.


Para algunos esta aventura de atracos que los Coen se empeñaron en rehacer cincuenta años después sea la cúspide de la serie Ealing. Puede que la presencia de un bisoño -en el mundillo cinematográfico- Peter Sellers explique esta condición o, quizás, el notable éxito que obtuvo, coronado con premios en los BAFTA (para la entrañable ancianita Katie Johnson y el guionista William Rose) y nominaciones en los Oscar (de nuevo para el excelente libreto de Rose), sea el origen de tal aseveración. O puede que el llamativo color puesto en liza por el operador Otto Heller tenga algo que ver.  En cualquier caso, se trata de una excelente comedia desgranada con ritmo preciso y adecuado por Alexander Mackendrick cuya labor se ve arropada con, además de por la de los citados Rose y Heller, el brillante diseño de producción de Jim Morahan, profuso en vestuario y detalles y que plasma unos magníficos decorados acordes con la situación planteada y que sacan partido de localizaciones reales. Asimismo, la partitura de Tristram Cary acompaña la acción en sintonía. Igualmente, es menester citar a todo el elenco capitaneado por un actor muy versátil, y ya célebre en las fechas de realización del filme, que explota su vis cómica como nunca, Alec Guinness. Al mando de las operaciones su Profesor Marcus idea un golpe condenado al fracaso y ejecutado por una banda de malhechores que no duda en emplear trucos clásicos para encubrir sus actividades y que bien podría pasar por la del "Rata" y el Profesor Apolonio que aparece en esa fantástica y desternillante aventura de Mortadelo y Filemón que es Valor y ...¡al toro!. Desde luego, los bandidos sorprendentemente escrupulosos encuentran su particular némesis en la decidida Señora Wilberforce incorporada por la veterana actriz citada más arriba y que firma su particular canto del cisne. Aunque esto también podría decirse de los propios estudios ya que esta fue su última gran comedia (al menos en lo que se refiere a seguir  las coordenadas básicas de la serie) y poco después la BBC se hizo con ellos. Todo lo contrario que el después "archifamoso" Sellers que continuaría con una imparable trayectoria en el campo de la comedia hasta llegar a la cima de éste, aunque, eso sí, aquí, en su primer papel relevante en el medio, apenas encuentra espacio para el lucimiento y es eclipsado por Sir Alec Guinness y la septuagenaria intérprete. En cualquier caso, todos los miembros del quinteto están notables.


Y es que el estupendo guión de Rose y la inteligente dirección de Mackendrick dan juego. Un relato que se mueve en una línea mucho más cercana a la de otros golpes hilarantes que a la esbozada en otros atracos perpetrados por bandas con las que guarda semejanzas en algunos de sus miembros y del que se extrae todo su potencial cómico para dibujar entremedias una crítica a algunos aspectos de la caballerosa y reluctante a la modernidad sociedad británica, haciendo diana en un blanco ya acertado en otras ocasiones por el cine de este país. Los usos y costumbres ingleses quedan desvelados con una afable sonrisa. El tono humorístico está bien presente en la concepción y desarrollo de las situaciones y el espectador asiste a la función con regocijo constante. Puede que uno no se ría a mandíbula batiente pero sí se descubre sonriendo en múltiples ocasiones. El Quinteto de la Muerte es un exquisito plato, digno de degustar, en el que el comensal saboreará todos los ingredientes de las comedias producidas en los Estudios Ealing. La salsa rezuma auténtico humor negro que, a buen seguro, hará las delicias para los paladares más exigentes. La sal con la que se sazona el guiso es refinada y ayuda a saborearlo con fruición y deleite. Una cuidada producción da cuerpo a una estupenda y aguda historia protagonizada por unos actores que se muestran impagables y dirigida con soltura y adecuación. El visionado de esta película consigue generar un estado agradable en la audiencia. Algo muy a tener en cuenta, desde luego muy loable y hasta necesario en según que momentos personales y/o sociales.


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Sólo para...(15)

...investigadores y curiosos.

La Rueda (La Roue), A. Gance, 1923, Francia.


12/7/13

Sólo para...(14)

...investigadores y curiosos.

La Ley de la Hospitalidad (Our Hospitality), J. G. Blystone & B. Keaton, 1923, EEUU.


7/7/13

Cadenas Rotas


Great Expectations, David Lean, 1946, GB, John Mills, Valerie Hobson, Bernard Miles.

Para muchos el díptico conformado por esta película y la posterior Oliver Twist que realizara el célebre cineasta David Lean sobre las obras de Charles Dickens sigue siendo la mejor aproximación al personal universo del no menos famoso escritor, llevado al cine, la televisión y, por supuesto, el teatro en incontables ocasiones. Y esto ya es decir porque las traslaciones continúan produciéndose a día de hoy con mayor o menor fortuna, con más o menos intención de fidelidad al espíritu de la letra "dickensiana" y con una u otra dosis de academicismo y corrección formal. Sea como fuere, el lector de Dickens siempre quiere encontrar en las adecuaciones a la pantalla escrupulosidad en la recreación de la época en que acontecen los hechos junto con la aparición de los caracteres que viven a lo largo y ancho de las subtramas que surgen paralelas en los libros, colección de personajes a los que el escritor concede vida y entidad propias de manera invariable y constante en sus obras y que cobran papel capital en lo que deviene una habitual coreografía coral. Además, ciertamente, el aficionado a la literatura de Dickens espera (o desea) que la riqueza en la caracterización y la reproducción del período histórico vayan de la mano del sentido del humor y el comentario social y humano con el que el prosista victoriano salpimentaba sus páginas. Considerando la importancia y notabilidad de la obra de Dickens, por una parte y, por la otra, su vasta complejidad y copiosa fecundidad en hilar arcos argumentales resueltos por coincidencias sorprendentes o forzadas, según quien lo mire, y desplegados con una profusión de personajes que en algunos libros como  La Pequeña Dorrit supone un claro desafío al Número de Dunbar, podríamos concluir que adaptar cualquier título de este escritor es ardua y dificultosa tarea. La complicación intrínseca que supone la traducción del código escrito al cinematográfico confluye con los matices propios de las obras de Dickens a la hora de trasladarlas al celuloide, uno de los cuales agrava aún más la cuestión ya que la viveza y la virtud casi única en dotar de humanidad a los personajes de la que hace gala el insigne literato provoca que se instalen con pasmosa facilidad en el corazón y la mente del lector y que cada uno de nosotros elaboremos una imagen mental vívida y cristalina del personaje en liza. Representación que, invariablemente, condicionará el juicio que emitiremos sobre la figura que la incorpore en la pantalla. Siendo estos los obstáculos, que la mayoría de público y crítica reconozca Cadenas Rotas como una de las dos o tres mejores adaptaciones "dickensianas" y, sobre todo el hecho de que para otros tantos David Lean salga más que bien librado del empeño, supone un mérito indiscutible. Recompensa que debe ser retribuida entre todo el equipo de filmación, claro está.


Grandes Esperanzas, la brillante pero extensa novela de Dickens, se somete a un necesario proceso de condensación por Lean y sus habituales en esta etapa de su filmografía, Anthony Havellock-Allan y Ronald Neame (y aún participaron en el tratamiento del libreto de una u otra manera Cecil McGivern y Kay Walsh), de tal modo que se pueda acometer como producto cinematográfico. Una labor de compresión que elimina por el camino situaciones y personajes que se convierten en víctimas colaterales  del proceso pero que permite centrar la acción dramática en el principal hilo conductor de la obra escrita. No olvidemos que en los tiempos de Dickens las obras se publicaban por entregas y el autor, según como iba la cosa, introducía ramificaciones conectadas con mayor o menor tino a la excusa central, las cuales se abandonaban o profundizaban dependiendo de la recepción que el respetable les dispensara. Singularidad histórica que amplificaba el radio de acción del argumento e imposible de trasladar al cine, salvo que se quiera iniciar una mastodóntica, en cuanto a duración, producción. Al menos una que sobrepase (que ya es decir) las lujosas superproducciones  por las que David Lean es reconocido en la actualidad por el público general y que no es preciso mentar. En cualquier caso, por algún sitio se debe acotar y el resultado obtenido adolece de economía narrativa pese a alargarse el metraje hasta casi las dos horas, tiempo durante el que se consigue con sobriedad y madurez plasmar el mundo de Dickens con relativo éxito, capturando por momentos tanto el sentido cómico que, como se ha dicho, no era ajeno a él, como algunos sentimientos que emanan del mismo. No obstante, la virtud de la empresa la encontramos en, quizá, aquello más cotidiano de alcanzar ya que a través de un notable diseño de producción comandado por la dirección artística de John Bryan, y en el que la labor de Guy Green en la iluminación juega un rol destacable, el cuidado meticuloso que caracterizó la trayectoria de David Lean se hace notar. Es en la puesta en escena, en especial en su primera parte, donde brilla Cadenas Rotas y es en este elemento en el que encontramos el gran valor de la propuesta. La caracterización de la parte de la novela en la que Pip es un niño como cuento de terror gótico, elemento del que el mismísimo Lang extraería influencias y sobre el que planea la espectral Señorita Havisham, uno de los personajes más grandes e interesantes del trabajo "dickensiano", es un hallazgo notable puesto al descubierto por Lean y sus colaboradores. Desde luego, muy superior a la académica última adaptación tanto en su presentación como en su ejecución (Martita Hunt parece vivir en su propio aquelarre sin los aspavientos, manierismos y tics de la "burtoniana" Helena Bonham-Carter). Es este comienzo de película el que converge con lo que Lean se llevaba entre manos en su incipiente filmografía, siendo esta franqueza en la revisión del mundo de Dickens que intenta el cineasta la que agranda la cualidad del proyecto. Este se completa con un estupendo reparto de secundarios entre los que cabe mencionar a Alec Guinness que, en su primer papel de enjundia en esto del cine, incorpora al compañero de aventuras del protagonista como hiciera en el teatro, a la jovencita Jean Simmons dando vida al antipático amor de Pip cuando éste es niño, al actor de imponente presencia Francis L. Sullivan  como el orondo abogado Jaggers y a Ivor Barnard, el cual incorpora al ayudante del jurista y personaje que en la novela original protagoniza su estupenda propia historia. Hablando del elenco es menester, asimismo, cavilar las razones por las que se escogió al casi cuarentón John Mills para dar vida al recién entrado en la veintena protagonista, sin duda, un elemento poco sintónico y que puede llegar a distraer la atención del espectador. La guinda del goloso pastel la pone Walter Goehr con su brillante partitura que fue galardonada con el Oscar, así como también lo consiguió la dirección de arte de Bryan. Un premio que fue esquivo con el trabajo de Lean, con el guión y con el máximo que se otorga (el de película) pese a estar nominada Cadenas Rotas en estas tres categorías. Pero algo que denota el éxito que cosechó esta adaptación de las líneas escritas por Dickens a la gran pantalla. Una notoriedad que se alarga a fecha de hoy con ese reconocimiento expuesto al principio como una de las mejores aproximaciones al trabajo de este egregio y admirable escritor. Una adaptación que el espectador debe comprender desde la dificultad de llevarla a buen puerto como correcta y, por momentos concretos como los que desgrana en su primer tramo, brillante.


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