25/12/15

Marte/The Martian


Tenía previsto desde su estreno ir a ver la última de Ridley Scott, un tío al que le perdí hace años la pista por la falta de interés que tienen para mí sus proyectos cineros, excepción mediante de la precuela de aquella interesante Alien o de esta otra incursión en la ciencia-ficción. Así que ante el riesgo inminente de abducción definitiva por la Estrella de la Muerte por fin he podido, y esto es un decir, disfrutarla. La cosa empezaba bien: ganas -aunque bien es cierto que cada vez menos porque el momento ya había pasado y es que muchas cosas son como el fumar, que hay que aguantar el arreón inicial, apretar los dientes, cerrar los ojos y hacer un "OOOmmmmmm" (ale, ya tienen muchos y muchas el propósito de año nuevo y su libro de instrucciones)- y un estupendo hilo musical sonando en el momento que despachaba un asunto que hay que atender cuando uno se dispone a encerrarse durante más de dos horas en cualquier sitio, como es el caso para ver una película o como lo pueda ser cuando uno sube al tren o al avión. Lo cierto es que la costumbre de amenizar este momento me parece de lo más curiosa pero como digo estaba muy bien con Marvin y Tammi entonando aquella canción redescubierta para muchos hace unos años, ya no recuerdo si por un anuncio o por su inclusión en una banda sonora.


Tengo tiempo para aburrirme y aburrirte
En fin, que de esta guisa me sentaba yo en la oscuridad de la sala (hoy en día algo así como el lado oscuro si uno no va a ver la que ustedes ya saben) donde se proyectaba esta nueva "americanada". Porque esto es, ni más ni menos, esta laaaarguíiiiiisima aventura espacial de supervivencia por la que, por un lado, desfilan multitud de clichés y estereotipos propios del cine más comercial junto con situaciones  y reacciones más que inverosímiles y, por el otro, una verborrea más o menos científica que nos intenta alumbrar la peripecia del astronauta perdido en el planeta más fascinante por goleada para los humanos pero que no consigue ni por asomo adentrarnos en la tensión que una lucha por sobrevivir debería tener. La cascada de acontecimientos trillados y por ello esperados hace que uno se pregunte ya durante la proyección si todo el dineral que ha debido costar esto no se podría haber destinado a algo más provechoso. Andaba yo con ese pensamiento cuando otro me asaltó y es la inevitable comparación con la famosa madre que de casi todas las películas espaciales se acaba haciendo uno mismo e intuyo que muchos, hasta el propio Scott diría yo. Y, quizá por ello, éste haya optado por una banda sonora con varias canciones disco (lo digo por aquello de contraponer la música escogida por Kubrick con una que se considera en las antípodas y a la que sea dicho de paso servidor le profesa cierta simpatía, aprovecho para lanzar un consejo: esperen al menos hasta el inicio de los títulos de crédito). Precisamente, lo mejor de la película es el extraordinario tema de Bowie que suena -sin olvidar el de los O'Jays que parafraseó aquel programa televisivo-, y también salvo la recreación que se hace de Marte con la que, a veces, se consigue transmitir esa supuesta soledad que debe sentir el personaje central, y poco más, acaso los artilugios y decorados científicos y el tímido esbozo que se plantea del trabajo conjunto entre países (de hecho, un poquito antes de salir los chinos andaba yo discurriendo que una misión conjunta multilateral podría salvar al héroe y podría ser algo un pelín más original que los derroteros escogidos. Pero claro, quién soy yo para decirle nada al señor Scott).




Por lo demás, aburrimiento y, además, bastante. Ni las ganas con las que uno iba han podido vencerlo y es que estas han desaparecido tras la introducción, cuando he caído que no debí mirar la duración de la película porque es ahí, cuando el planteamiento arriesgado se ha puesto en marcha, cuando he temido que  decidir estirarlo hasta las casi dos horas y media y que resultara algo entretenido podía ser harto complicado. Mis premoniciones se han cumplido. Ahórrensela.

El vídeo y las fotos se ponen para aclarar más las cosas. Por si acaso aquí queda dicho lo de sus derechos.

6/12/15

La Costilla de Adán




La sexta película de las nueve que protagonizaron la pareja Spencer Tracy-Katharine Hepburn puede que sea la más famosa y, sin duda, mantiene un grado de frescura que hace de su visionado hoy día algo ciertamente entretenido. Ello ocurre gracias a un inteligente guión, elogiado por muchos entendidos a lo largo de los años y hasta reconocido en la ceremonia de los célebres Oscar con su nominación al premio en su categoría, pero, principalmente, es posible por la innegable química que desprendía la pareja protagonista cuya afinidad en la vida real, demostrada en su idílico y duradero romance, se transfiere a la pantalla con pasmosa naturalidad. Naturalmente, esto se debe también a la capacidad interpretativa de ambos. Así que Cukor sólo debe dejar fluir ese estado de cosas para que la función se desarrolle de manera divertida, amena y ágil. De hecho, el director opta por una realización que lejos de distraerlo consigue que el espectador se siente en el patio de butacas de un teatro como si estuviera disfrutando de una obra tal cual. Una cámara inmóvil y escenas largas acercan a esta película a ese otro arte, para muestra recuerden la declaración que le toma el personaje de la abogada a su defendida. Esta dirección sencilla y discreta consigue dejar en el epicentro a los actores y, en este caso, los actores son excelentes. Porque el dúo protagónico es rodeado de un elenco de secundarios estupendo. El divertido Tom Ewell y la gran Jean Hagen quedan eclipsados por las loas mayoritarias hacia la "barriobajera" Judy Hollyday (parabienes bien merecidos, por otra parte) pero este trío muestra una forma envidiable en sus primeros papeles en el cine y/o sus casi primeras apariciones en el mundillo, según el caso (podemos considerar que La Costilla de Adán es el debut oficioso de Hollyday, por ejemplo).


Pero, como se ha dicho más arriba, detrás de la realización de Cukor que cede el protagonismo a los maravillosos intérpretes se descubre un libreto que aunque parta de una premisa quizás inverosímil no esconde su inteligencia como tampoco la exposición diáfana de cuestiones feministas. Un argumento, por cierto, que tiene su origen en una situación real como la vida misma y en el que la presencia de ciertos estereotipos de género existe pero el carácter dinámico, decidido y seguro de sí mismo del personaje que encarna la Hepburn (y tan habitual por otro lado para ella) pone sobre el tapete y boca arriba las cartas que barajan Ruth Gordon y Garson Kanin. Dicho sea de paso que esta fue otra pareja sentimental cuya parte femenina también era una mujer de enorme vitalidad y de un carácter polifácetico aún pendiente de reconocer y, desde luego, digno de admirar. Recordemos para los amantes del terror una de sus caracterizaciones más conocidas. Deducimos sin dificultad la importancia del otrora llamado sexo débil en la génesis y resultado final de este filme si nos atenemos a un somero examen de su participación en él. Desde las labores de escritura de Gordon hasta las descollantes interpretaciones de Hollyday y Hagen y, por supuesto, la arrebatadora personalidad de Hepburn.

Tal fue el éxito obtenido que tres años después se intentó repetir la fórmula con La Impetuosa en la que director y pareja protagonista se volvieron a reunir para ejecutar de nuevo un libreto del mismo dúo de guionistas y hasta se emitió una breve serie de TV en los setenta, década en la que la obra que nos ocupa ya era considerada un clásico. Categoría que sigue ostentando en la actualidad junto con la de paradigmático ejemplo del que podríamos llegar a considerar como subgénero cómico de la "Guerra de los Sexos". En definitiva, una película a la que nos podemos acercar cuando queramos disfrutar del cine clásico de Hollywood y/o de una de sus parejas estelares. No defraudará a ninguno de sus seguidores, seguro.



Las imágenes se utilizan exclusivamente con fines de ilustración y se han encontrado tras búsqueda en Google. Sus derechos están reservados por sus creadores.

12/10/15

Desafío en la Ciudad Muerta

En fin, ya sabemos como terminará nuestra historia...
The Law and Jake Wade, John Sturges, EEUU, 1958, Robert Taylor, Richard Widmark, Patricia Owens.

Y hoy, una del Oeste, para que no se diga que aquí no cabe de todo. Pues eso, Desafío en la Ciudad Muerta es para bien y para mal una del Oeste, con muchos de sus clichés, virtudes y defectos. Si hasta salen indios, oiga usted. Por salir hasta sale la Caballería. Y todo en (más o menos) hora y media. Paisajes espectaculares y duelo final a tiro limpio también quedan incluidos en el "pack" preparado por John Sturges, al que muchos recordarán por otras del Oeste (Los Siete Magníficos), otros tantos por una de aventuras (La Gran Evasión) y algunos menos por una psicológica inclasificable y de visionado ultra-recomendable (Conspiración de Silencio). Como ven, un tío sabedor del oficio "cinero" que rodó unas cuantas películas famosas y otras tantas más que decentes. Aquí, sin pasarse y con un estilo sencillo y directo (lo cual puede considerarse mérito y virtud) remata una del Oeste típica, más bien entretenida pero a la que le falta algo para ser memorable. De hecho, a más de uno/a le puede dejar indiferente.

Sólo le pido a Dios que no me haga "caer" indiferente
Punto y aparte es la presencia de Richard Widmark que vuelve a hacer de Tommy Udo y que es un tipo de actor que supongo que tendrá detractores que consideren que es propenso a la sobreactuación y que, por lo tanto, para nada deja indiferente. Aunque yo diría que tiene una buena colección de "fans" (entre los que me incluyo), algo que no es óbice para reconocer que puede haber contrarios con los que, evidentemente, no compartiré ningún tartufo nunca jamás. De hecho, la película se sostiene en buena parte por él y su personaje, mucho más interesante que el del bueno, vestido de negro y al que el otrora galán cuyos días de gloria habían pasado, Robert Taylor, le presta su presencia. La base de la historia suscrita por William Bowes (la novela original es del prolífico y varias veces adaptado al cine Marvin H. Albert) pivota sobre la relación de estos dos personajes: el amoral villano Clint Hollister (Tío Richie y su aspecto de alemán) y Jake Wadeel soso bueno atrapado por su pasado (un toque noir, por favor) que da el título original a la película (el mencionado antiguo galán que aquí está en punto neutro pero como es algo que le va bien al personaje pues, digamos, que lo acaba interpretando de manera aceptable). Como digo, la tensa relación entre estos dos es la piedra filosofal de la película, aunque en algunos momentos pasen a ser relevantes las demás interacciones que se establecen entre los distintos personajes. Los conflictos surgidos de ellas mantienen o intentan incrementar la tensión dramática. Así, el antagonismo entre los dos tipos duros se puntea con otros choques como el que vive Ortero (Richard Middleton, actor con cara de bonachón), el leal lugarteniente de Clint que se ve obligado a enfrentarse con el resto de la banda dispuesta a abandonar en determinado momento a su jefe, o como el que desata "el más malo que el malo" Rennie -matón encarnado por Henry Silva, algo así como el doble no reconocido de Jack Palance-, miembro del "gang" dispuesto a encararse hasta con el mismísimo Clint, o el conflicto que sufre, nuevamente, Ortero, un tipo legal que se debate entre seguir siendo fiel a su jefe y amigo o ayudar al antiguo camarada Jake, un tío éste que realmente nunca le hizo nada.

Escaramuzas antes del duelo
Y todo esto queda dicho para que vean que la película sigue la línea de las del Oeste que se hacían por aquellos años: la tensión entre los personajes completa la clásica que desprenden las aventuras propias del género (aquí es donde salen los indios y su tendencia a la más iracunda belicosidad que los impulsa a atacar de manera "natural" en esta clase de películas). Y, faltaría más, también tenemos la parte romántica, superflua y carente de interés y que, mire usted por dónde, nos va a dar el juego tartufero, allá va: Patricia Owens, la actriz que da réplica al otrora galán es la protagonista de un clásico de la Sci-Fi, así, sin consultar en el oráculo contemporáneo por antonomasia ¿alguien sabría decir el título de la "películita"? Además, en la banda del malo sale otro actor relacionado con la ciencia-ficción, pueden buscarlo tranquilamente en "San Google" que seguro que dicen algo así como que "les sonaba" o "vaya, así que sale aquí".

¿Dónde vamos a terminar con nuestro asunto?
Bueno, sigo a lo mío y ahora digo que a Desafío en la Ciudad Muerta (por una vez el título traducido tiene su aquél y no desmerece al original aunque desvela algo del desenlace, pero, bueno, todo el mundo supone que la función va a terminar con el consabido duelo de pistoleros ¿o no?), aún jugando con la mencionada vertiente psicológica que nos dan las relaciones interpersonales de y entre sus protagonistas, podemos situarla en cuanto a profundidad emocional un peldaño por debajo de los westerns de Delmer Daves, sin ir más lejos y para introducir como quien no quiere la cosa la la ya clásica auto-publicidad y por citar otro cineasta fundamentalmente conocido por las que hizo del Oeste. El propio Sturges exploró con más tino unos años antes esa tirantez relacional por la que intenta apostar aquí, vean la ya citada  y recomendada Conspiración de Silencio (¿a qué están esperando? ¡no será a terminar de leer esta entrada!). La historia trillada, el desigual duelo "actoral", incluso la anticlimática resolución final (que sabe a poco, la verdad), (¿la irrupción de los indios?) las salva Sturges sin florituras y con oficio, aprovechando tanto la habilidad de Robert Surtees para sacarle jugo al salvaje "landscape" americano en Scope y a todo (Metro)color, como el sólido material escrito de Bowes que incluye personajes secundarios con solvencia y también algunos diálogos brillantes (la auto-referencia al honor de Clint o las espartanas exequias en el entierro de alguno de los componentes de la banda de "malosos"). En suma, Sturges dirige con mano firme y experta. He dicho que la confrontación que cierra la historia de la manera que todo el mundo se imagina sabe a poco, aún así Sturges la rueda sin música, elección que eleva la tensión dramática del encuentro, pero quizá -y como al resto de la película- le falte algo, ese factor que en ocasiones aparece en cualquier ámbito de la vida, no sólo en el cine, y que hace que cualquier cosa, persona u obra pase del aprobado al notable, o, en definitiva, a ser especial. En Desafío en la Ciudad Muerta se desgranan los clichés de las del Oeste con profesionalidad, de manera económica y amena y los fans de Tío Richie seguro que la disfrutan, por no decir los de las del Oeste que en ella encontrarán todo lo que buscan. Y para completar el programa echen un vistazo a este otro tesoro enterrado.

Éste parece un lugar como cualquier otro, sin testigos, ideal.
Las imágenes se han encontrado en la red tras búsqueda con Google y los derechos pertenecen a sus creadores, lo digo por si acaso y tal.





27/9/15

El Demonio de la Armas



Mítica cima de la más genuina serie B, esta joya del cine negro y obra de culto que sirve de portada para libros temáticos sobre el género es parada obligatoria no ya para los amantes del mismo sino también para todo aquel que dice gustarle el cine. Rodada con una clarividencia envidiable por Joseph H. Lewis, uno de esos directores cuasi-olvidados (por no decir absolutamente desconocido para la mayor parte del público actual) de la época dorada del Hollywood más clásico, quien aquí deja patentes sus extraordinarias dotes cinematográficas legando para la posteridad el plano-secuencia más reconocido de la historia del género (con permiso del inicial de Sed de Mal, como ven estamos pronunciando palabras mayores), El Demonio de las armas es una obra de auténtico cine, puro deleite para el cinéfilo de pro, además de una cinta rompedora en su aspecto visual y demoledora en su tratamiento de la sexualidad que, ya de paso, ha ejercido magna influencia en movimientos emblemáticos de la historia del cine y en obras más conocidas que ella misma.



Partiendo de un relato de Mac Kinlay Kantor que el "blacklisted" Dalton Trumbo se encargó de adaptar bajo seudónimo la película despliega a través de una modernidad apabullante una historia de "amour fou" vivido por unos protagonistas sin futuro y condenados a una mortal marginalidad de la que no hay escapatoria. Un extraordinario, imponente y vanguardista ejercicio de cine que captura el etos de la sociedad norteamericana de posguerra mediante la exposición del más crudo y descarnado realismo, podríamos decir, parafraseando al Dr. Luis Lapuente cuando define el sonido destilado en la factoría Stax que estamos refiriéndonos a una obra dura, afilada y carnosa. Desde luego, la carne y la pasión son motor de la historia, algo ejemplificado de modo contundente en la magistral escena en la que Peggy Cummins, envuelta en su albornoz, marca el destino del vulnerable John Dall, arrastrándolo de manera inevitable hacia el fin, consecuencia lógica del descenso a tumba abierta que ya habían emprendido ambos desde el momento en el que se conocen, un duelo de tiro al blanco que se constituye como otra colosal prueba de las dotes de Lewis para poner al espectador en la piel de los protagonistas y hacerle comprender que el destino de la pareja está sellado. En este sentido, el último acto desesperado de Bart no es más que la consumación de la fuerza de carácter absoluto que ejercen los hados sobre su compañera y sobre él mismo.


-"I want to do a little living...Bart, I want things, a lot of things, big things. I don't want to be afraid of life or anything else. I want a guy with spirit and guts".
La narración, caracterizada, por una parte, por la economía, desarrollada sin concesiones y dominada por la violencia más despiadada pero no por ello carente de una carga emotiva extrema presente en algunos instantes de máxima belleza como el de la fugaz -por imposible- separación de la pareja protagonista, y, por la otra parte, por la que sobrevuela la más descarada sexualidad permitida (y no permitida) por las normas del Código Hays, dirigida con pulso firme por Lewis nos adentra de pleno en el corazón de las películas de carretera con ese aura rebelde de la pareja y la huida hacia ninguna parte en la que viven los protagonistas, nos golpea con temas tabúes y plantea otros muy vigentes. Así, la factura formal vanguardista se conjuga con la modernidad y el interés de su temática, siendo notorio el uso del sexo en el avance del relato. Es la carnalidad, como tantas otras veces en el noir, la que hace sucumbir al anti-héroe. Es el uso de la lujuria el mecanismo con el que la mujer fatal pretende alcanzar el estatus de vida deseado, pero aquí surge una particularidad respecto a otras congéneres: Annie Laurie Starr está enamorada hasta el tuétano de su víctima, para la que acaba siendo una especie de Mantis personal.


La liturgia carnal de los protagonistas sobre la que se va a edificar su relación queda plasmada de manera alucinante con el cortejo que es el duelo ya citado que transcurre en la feria, a partir de ahí una profunda y poderosa puesta en escena enfatiza la atracción fatal que sienten los protagonistas cuyo comportamiento jamás es juzgado, es expuesto sin moralismos ni ambages. La pareja cae víctima de un extraño encantamiento marcado por la atracción sexual que la condena a vivir para matar, camino emprendido con el amor como impulso del crimen y allanado por la compulsión incontenible que sienten hacia las armas de fuego, una suerte de fetiche propio que comparten y que los acerca hasta casi ser uno. Para dar corporeidad a los amantes, a ese inestable y violento trasunto de Annie Oakley que es Annie Laurie Starr y al vulnerable y sensible buen chico Bart Tare, unos actores cuasi desconocidos de los que el director quedó más que satisfecho, Peggy Cummins y John Dall (del que, por cierto, Hitchcock -¡cómo no!- ya había sabido sacar su lado oscuro ).



Desde las profundidades de la serie B y valiéndose de un realismo brutal y sorprendente que, por momentos, se empareja con el tono documental, Joseph H. Lewis logra la estilización del noir  y consigue encontrar una forma única y específica que hace de "El Demonio de las armas" una película reconocible, de estética marcada y en la que destacan sobre el conjunto algunos instantes imborrables, como el del atraco al banco o el que se comete en el matadero, ambos rodados de manera brillante pero bien diferente, que hacen de esta cinta una obra moderna, ágil, dinámica, fresca, innovadora e inventiva. Lewis, seguro de sí mismo y conocedor de los entresijos de su oficio, apoyado, fundamentalmente, en el manuscrito de Trumbo y en la labor del operador Russell Harlan y del montador Harry Gerstad mece los sucesos duros y violentos que cuenta en las redes del negro, la textura del género se hace visible con este realizador que fue capaz de decir no a la industria con su temprano retiro y que, comenzando como ayudante de cámara y montador, pasó a dirigir westerns de bajo presupuesto que le valieron el apodo de "Wagon-wheel Joe" por sus imposibles composiciones que ponían los radios de las ruedas de carro o cualquier otro elemento en primer término, para llegar después al género negro y terminar su trayectoria profesional en la pequeña pantalla con series del oeste, allá por los años sesenta.



Puede que los espectadores de la época no estuvieran preparados para la audacia de esta película o puede, como el mismo Lewis reconoció, que su obra no tuviera detrás una organización para su distribución ya que la compañía United, estudio que la compró a sus productores, los hermanos King, estaba en pleno proceso de reconstrucción, sea como fuere, la película fue un fracaso en toda regla y eso pese a que a algún iluminado (para desgracia de Lewis como el mismo dijo en alguna ocasión) se le ocurrió exhibirla con el título "más comercial" de Deadly is the Female. Pero hoy podemos concluir que Gun Crazy es una extraordinaria película, sin ánimo de extenderme más ya que los hechos hablan por sí solos:




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Sólo para...(29)

...fans de la Garbo (y/o de Billy Wilder y/o de Lubitsch)

Ninotchka (Ninotchka),  E. Lubitsch, 1939, EEUU. 





31/7/15

Dos Semanas en otra Ciudad

Les voy a contar una historia sobre cine...
Two weeks in another town, Vincente Minnelli, 1962, EEUU, Kirk Douglas, Edward G. Robinson, Cyd Charisse.

Pues sí, ya estoy aquí de nuevo, esta vez con una sobre cine pero antes de comensar allá que se ponen en juego los tartufos: en esta peli salen como "feliz" matrimonio los monstruos de Claire Trevor (La Gran Dama del Cine Negro) y Edward G. Robinson (EG para nosotros, a partir de ahora y para siempre), pero ¿alguien sabría decir que otra peli comparten como cabezas de cartel, ella haciendo de ¡hampona!? (La siguiente pista es que también sale un tipo que años más tarde acabaría superándolos en fama y estatus icónico). Después del tartufo...


Podríamos ir a retozar a la playa (cosecha del tiempo)
Un melodrama del colorido Minnelli, un tío recordado por el pueblo gracias a sus musicales pero empeñado en hacer otras cosas llenas de luz y de color, hasta el punto que muchos aficionados (y aficionadas) también se acuerdan de él por cosas como -¡ups! está es en blanco y negro- Cautivos del Mal (ya sabréis asiduos visitantes de este entrañable lugar que la auto-promoción se me da más que bien) y seguro que a más de uno (y una) se le vienen así sin pensarlo demasiado alguna que otra más del colorido Vincente. La verdad es que Minnelli tiene caché en la actualidad y que los tenía bien puestos era atrevido, vaya, sólo hay que reparar en su ópera prima íntegramente interpretada por actores y actrices negros a principios de los cuarenta para comprobar esto último (y aquí también canta una artista de color cual es Leslie Uggams, lo que me da para hablar de la soundtrack que incluye canciones pop como el Dracula Cha Cha Cha que sigue a continuación). 



Aquí, Vincente, con un reparto estelar encabezado por su conocido Kirk Douglas (a día de hoy quizás el último superviviente del Hollywú Clásico que tanto nos gusta en este espacio, bueno, Olivia aún sigue por aquí también) y por un EG que actúa como premonitorio trasunto del propio realizador al encarnar a un viejo director aferrado al pasado, no puede evitar incurrir en estrepitoso fracaso comercial corroborando los estertores de la MGM y casi, casi que de una época. Ni la chica de las piernas taaan largas, ni savia nueva como el galán a lá Dean -doble del guapo Beatty (no dejen de leer la reseña de Bonnie y Clyde en este blog) - de George Hamilton, ni la aparición de algo así como estrellas europeas o proyectos de (Rosanna Schiaffino, Daliah Lavi), ni contar los trapos sucios de los rodajes y el mundillo, salvan el asunto de la bancarrota.


La soledad del cineasta ante su obra
Lo que no se le puede negar a Vincente, uno de los cineastas que mejor supo contraponer la realidad y el sueño-escape-deseo que le son propios a esto del cine, es que en esta película crea una sensación de sueño-pesadilla que en la borrachera de Kirk (spoiler) se eleva a potencias cósmicas. Vale que el clímax final con esa arcaica escena en el coche quede deteriorado y no sólo por la apariencia "viejuna", pero antes hemos captado un poquito del frenesí de un rodaje cinero que aunque no resista las comparaciones (que siempre son odiosas e inevitables) con su hermana mayor (o sea, Cautivos del Mal) y tenga un resultado irregular, puede picar la curiosidad de aquellos a los que les mola esto de las pelis sobre el cine (vamos, lo que en el blog llamamos MetaCine. Sí, podéis pinchar en la etiqueta en cuestión para leer sobre más pelis de este rollo). El conjunto parece sincopado, como incómodo de ver, estridente diríamos, incompleto puede ser, pero hay que reconocer que la versión definitiva está (como Vincente denunció en su momento) mutilada. Aún reconociendo que muchos personajes acaben desdibujados y funcionando como estereotipos y esa sensación de película incompleta ¿disculpamos a Vincente? Ay, pero las tijeras sí me permiten discernir el tono decadente y neurótico del mundo cinero que expone Vincente y lo que para servidor es un acierto mayúsculo: la captura de la vida nocturna y la de la calle romana.


Perdido entre varias aguas

Estamos ante un melodrama para bien y para mal y estéticamente muy de su época que seguro que en pantalla grande gana, que traza líneas en torno a las inseguridades/dependencias, los fracasos personales y las crisis existenciales, pero que acaba siendo algo raro, con unos cuantos (auto) guiños vía los clips de Cautivos que introduce Vincente (si EG es ese remedo del propio Vincente es algo que ud, amigo, debe juzgar) y que, además, tiene la curiosidad de ver a la chica de las piernas taaaan largas en un (esto va a quedar fino) cometido dramático. Ahora, para terminar y por fin, una de curiosidades que tanto suelen gustar pero va a ser usted el que las va a desmenuzar: Vincente se basa en una novela -sobre la que efectuó los oportunos y correspondientes cambios que consideró, faltaría más- de un reconocido escritor, uno de cuyos otros trabajos dio pie a una exitosa serie de TV (muy popular en nuestro país en su momento) por la que aparecía un superhéroe que se cabrea mucho (y que en origen era gris pero por problemas en la impresión acabó siendo del color por el que todo el mundo lo reconoce hoy). Así que, tenga un papel activo y averigüe quien es el novelista, la serie y el superhéroe y de paso el actor que lo encarna y, para rizar el rizo, compre un libro del caballero, vea la serie y lea un tebeo del personaje en cuestión que el verano es largo y da para esto y más, pero antes...


...una pista.

Tened en cuenta lo de los derechos de autor, sólo pongo las fotos por darle color a lo Minnelli, vaya, así que:

¡Acción!

29/7/15

Sólo para...(28)

...fans del musical, de Judy Garland o de Mickey Rooney o de Busby Berkeley y para investigadores y curiosos.

Los Hijos de la Farándula (Babes in Arms),  B. Berkeley, EEUU.


7/6/15

Ocho Sentencias de Muerte


Kind Hearts and Coronets, Robert Hamer, GB, 1949, Dennis Price, Valerie Hobson, Alec Guinness.

Absolutamente amoral, verdaderamente subversiva y realmente divertida, posiblemente la comedia más negra de la Historia del Cine, todo un atentado contra las buenas costumbres de la encorsetada sociedad inglesa, dardo envenenado que se clava en pilares como las clases sociales o la familia y andanada con muy mala uva contra todos los convencionalismos morales al uso. Así podemos considerar a esta película destilada por la Ealing, la compañía que dirigida por Michael Balcon (uno de los productores clave del cine británico en su etapa de esplendor) ha pasado a la posterioridad por una serie de comedias rodadas a finales de los cuarenta y hasta la mitad de la década siguiente desbordantes de exquisito humor negro, aunque en honor a la verdad desde esta ilustre compañía se han facturado más que comedias. En fin, para dar ejemplo de esa brillantez del cine británico en el período inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial y para representar esas sátiras del citado estudio nada mejor que esta atrevida película en la que se puede disfrutar de un definitorio humor negro a partir de una premisa que haría las  delicias del mismísimo Thomas De Quincey. Un punto de partida ya de por sí audaz cuyo tratamiento por parte de Robert Hamer (realizador "maldito" de corta pero interesante trayectoria) acaba por convertirlo en todo un Coup d'État a los protocolos sociales y en acto de irreverencia extrema. El buen gusto en llevar el negro asunto por los derroteros del fino humor posibilita que el espectador asista divertido a una función por la que los personajes van siendo asesinados de múltiples maneras por el protagonista quien no duda en recurrir al ahogamiento y al envenenamiento, a provocar incendios o a desenvolverse a tiro limpio hasta alcanzar sus metas. Como ven se trata de un "héroe" al que podemos tildar de sociópata así como de premonitorio "serial-killer" -a buen seguro que el propio Patrick Bateman tomó nota de los actos de este Louis Mazzini- pero todo ello sin perder un ápice de compostura y ni una sola de sus elegantes maneras. No sólo aparece la cuestión delicada del asesinato en las andanzas del diabólico y calculador Mazzini sino que los "affaires" extramaritales hacen acto de presencia de manera diáfana y contundente, circunstancia que amplía el espectro de "anti-establishment" que podemos constatar en esta singular película, quizá la más salvaje, atroz y amoral de las que se rodaran en la Ealing. Y si alguien piensa que esto es exagerado únicamente hay que fijarse en el año de realización, poco después de terminada una conflagración que desarrollada a nivel mundial dejó una cantidad inusitada de víctimas. No obstante, el tono distante empleado evita la indecencia y el mal gusto hasta tornar un tema tan delicado en algo sumamente divertido, la audacia del objeto se convierte en causticidad humorística extrema y sus efectos corrosivos quedan como mordaz socarronería en el marco de un arriesgado pero triunfal ejercicio de humor a la inglesa.


Como digo un objeto aún muy crudo para la mayoría ¡imaginen recién terminada la II Guerra Mundial! que le sirve a Hamer, Balcon y compañía para lanzar un golpe directo al orden establecido que quien sabe si hubiera podido ser incluido por el Marqués de Queensberry en sus reglas, el caso es que estructurada en viñetas la andanada se descarga de manera unitaria sobre el tradicional sistema de clases, los convencionalismos morales e instituciones tan sacralizadas como la familia, con un despliegue de garbo e ingenio compuesto de fino humor y acerada ironía que hacen de ella la definición de comedia negra y, por supuesto, una recomendación obligada para los cinéfilos y también para los amantes de las Artes porque los ecos literarios asoman ya por el título original (basado en un poema de Tennyson) y los melómanos se congratularán por encontrar un fragmento de una famosa obra de Mozart en la partitura firmada por Ernest Irving. La adaptación con algún cambio de calado (comenzando por el origen judío del protagonista y por su apellido, coincidente con el de otro célebre productor inglés de la época) que Hamer y su co-guionista John Dighton hacen de la novela de Roy Horniman escrita a principios del siglo pasado ha quedado para la posteridad como una estupenda película, qué duda cabe.


Por último, no podemos dejar de hacer mención al auténtico tour de force que acomete Alec Guinness para la ocasión, los unánimes parabienes hacia su actuación en la que interpreta hasta a ocho miembros de la familia D'Ascoyne (incluida una sufragista, un pastor y un capitán de barco inglés) refrendan el fantástico trabajo de caracterización y su capacidad de hombre-orquesta, así como destacable es también la labor de Dennis Price como el depravado, diabólico y vengativo asesino de refinadas maneras y distinguida dicción que demuestra su habilidad para despachar a sus parientes de variadas formas pero siempre con una frialdad y serenidad acongojantes. Su calculador personaje que se conduce con obstinada y aterradora determinación nos desgrana a través de su voz en off (recurso éste de la narración en primera persona que también utiliza Easton Ellis en su best-seller, por cierto, y que otorga al relato apariencia de normalidad) la, posiblemente, comedia más negra de la historia del cine. Imprescindible que usted se haga con una copia de la edición que Criterion editó hace pocos años.


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3/4/15

Yo Confieso

Un cura con pasado

I confess, Alfred Hitchcock, 1952, EEUU, Montgomery Clift, Anne Baxter, Karl Malden. 

Pues ya que en este blog se acaba de comentar una de Monty yo no voy a ser menos y aquí les traigo otra de este mito-icono sexual del Hollywú de siempre. Y es que este tío bien podría pasar por un sex-symbol de los de hoy, puede que Clark Gable parezca viejuno, las andanzas y tropelías con o sin bigotito de Errol siempre dan que hablar, el salvaje de Brando es de armas tomar, a mí Cary siempre me parecerá lo más (¡qué elegante!) pero los rasgos de Monty son los que se llevan ahora y para colmo siempre tendrá ese poso de tormento que bien le para para papeles como los de este Padre Logan, todo culpa y atado hasta decir basta a su código deontológico, "uséase" no poder propagar a los cuatro vientos lo que le han contando en confesión, aunque esto sea un asesinato. Tal es la premisa de esta película del grande entre los grandes Alfred Hitchcock que pese a no acabar muy contento de todo el meollo nos prepara un entretenimiento que bucea en sus obsesiones de siempre. Qué tío este Hitchcock que supo manipularnos como nadie. Como digo el mismo orondo realizador le comentó a Truffaut (corran a comprar ese libro mítico de entrevistas si es que no lo tienen ya) que esta película no le salió todo lo bien que quería pero aun así yo creo que la podemos salvar, claro que sí. Sus temas recurrentes aderezados con elementos religiosos a tope (bueno, uno de sus fetiche era la culpa cristiana, así que, al fin y al cabo, la cuestión religiosa siempre andaba por ahí) y una nueva demostración de formalismo cinero hacen que la salvemos.


Nótese el peso de la cuestión religiosa
Y para esta gótica película con esos contrapicados de las iglesias de Quebec y el fondo de su famoso hotel (una city que en la mejor tradición del cine negro cobija de manera retorcida los recovecos del asunto) Hitch se basa en una obrita de principios de siglo de Paul Anthelme, convenientemente adaptada con sus acostumbradas concesiones a la verosimilitud  y pone sobre el tapete lo que muchos entendidos en la materia piensan. Esto es, que estaba en plena madurez y podía conseguir momentos sublimes como el del pasaje onírico en el que el futuro cura regresa de la guerra y pasa un rato agradable con su amiga. Este pasaje de la película es toda una premonición del aura que desprende la obra maestra entre las obras maestras (para entendernos y para que quede claro hablo de Vértigo). Además, el tío consigue otros momentos logrados como el de la salida del Padre Monty tras el juicio, un hombre marcado al que seguimos en su descenso desde la sala hasta la calle y lo acompañamos en su incredulidad desconcertada ante la multitud que se apiña para condenarlo socialmente. Lástima de esa resolución con la que se da por finiquitado el asunto que queda como traída al pelo, muy melodramática ella porque antes el punto de partida, ese problema moral al que se enfrenta el párroco Monty que antepone su obligación religiosa al esclarecimiento de un asesinato, resulta sugerente. Quizá el cura esté torturado también por otros secretos inconfesables que carga en su mochila vital desde antes de ser cura pero precisamente por ser cura son inconfesables. Como esto último recuerda a los populares trabalenguas hay que decir que el sacerdote se siente culpable y guarda secreto por el juramento religioso al que se halla obligado (conocer la identidad del asesino a través del confesionario) pero también por su misma posición religiosa (la sociedad puritana no podría entender que antes de ordenarse pudiera haber tenido sus pinitos amorosos e imagínense que estos sean pinos al tratarse de ¡una mujer casada!). Total, que esto le viene como anillo al dedo al místico y atormentado Monty para lucir palmito y martirio (no me dirán que no viene bien esta película para estas fechas) y a Hitch para indagar un poquito sobre la culpa y la angustia. Pero sólo un poquito porque al final la transferencia de culpabilidad queda como inexplorada, cuando uno acaba de ver la película le parece incompleta en su tema hitckoniano en cuyo centro se halla un tipo inocente "culpable", una propuesta cercana a la posterior Falso Culpable.


Un flashback, irrealidad, escaleras, pues sí, cine negro á la Hitch
Pero ya digo que la premisa que propone un combate entre la tradición religiosa y la justicia moral (o así) junto con las multicapas con las que Hitch siempre barnizaba sus cosas, sea a nivel formal o emocional, hace que este experimento acabe siendo recomendable pese a que el famoso suspense no aparezca demasiado (sabemos desde el principio quien es el asesino, no tardamos mucho en conocer las relaciones del protagonista con la víctima). Un apunte para cinéfilos, o mejor, aquí se ponen en juego los tartufos: el cine de Hitchcock representa, sin duda, todo un universo personal en el que cada elemento que se muestra en pantalla juega un papel determinado y repensado, como lo es aquí la escena en la que el Padre Monty desayuna con sus colegas mientras la mujer del asesino sirve la mesa, pero ¿alguien sabría "disir" por lo menos dos películas de la etapa inglesa del Maestro en las que como aquí aparezcan escenas con funcionalidad dramática en las que los protagonistas desayunan? Ale, ahí queda eso.


El expresionismo y las sombras, otro ingrediente negro presente en las tribulaciones del Padre Logan.
Pues nada, ya pueden empezar a ver esta demostración de madurez de uno de los mejores directores en esto del cine, aunque sea una obra de transición por así decir pero que vale la pena por variados motivos: Por Monty, por la fotografía de Robert Burks que pasa como desapercibida para la mayoría y por la relación explícita que guarda la película con el más puro cine negro, desde su posición naturalista representada en el despacho sucio y austero del profesional policía Larrue (soberbios Karl Malden y su nariz que al igual que el cura creen firmemente en lo que hacen) hasta el fragmento onírico que refleja las pesadillas propias del género. Y, por supuesto, por Hitch, por ver una de Hitch, ese gran proyector de obsesiones que si no son colectivas casi que acaban siéndolo una vez concluye con su hábil proceso de manipulación. Puede que estemos ante el hombre que mejor ha entendido los mecanismos con los que el cine opera en la mente humana.



¿Las dos parejas de niñas más aterradoras de la Historia del cine?
Para terminar y dada la dificultad del tartufo puesto en juego así como que se han nombrado varios guapos, nos jugamos otro (un tartufo, que no es lo mismo que un guapo aunque pueda -ser que lo es- un tartufo guapo): uno de esos guapos comparte con Monty método y otra cosa más mundana o más sencilla o más de trivial, si se quiere ¿Cuál es la cosa?

Las imágenes se han encontrado tras búsqueda con Google y sólo las pongo para ilustrar la entrada, que si no queda "muu" sosa. Los derechos están reservados por quien los tenga. 

17/3/15

La Heredera


The Heiress, William Wyler, 1949, EEUU, Olivia de Havilland, Montgomery Clift, Ralph Richardson.

Esta es una de esas grandes películas de cabecera que todo buen cinéfilo que se precie debe tener. De una precisión milimétrica y un exquisito gusto la puesta en escena marca de manera indeleble esta muestra del saber hacer de William Wyler, uno de los grandes realizadores del cine clásico que supo dotar a su obra de un sello personal. El mimo en el detalle que practicaba este director y que encontraba cobijo en un carácter perfeccionista y rayano en la tiranía según algunos que tuvieron la "suerte" de trabajar con él, queda más que patente en esta recreación de la encorsetada época Victoriana que adapta una obra teatral de los propios guionistas Augustus y Ruth Goetz inspirada en la novela de Henry James, Washington Square. En definitiva, aquí tenemos cine con clase. Los quilates de esta película se pueden pesar partiendo desde la meticulosa dirección con devoción por el encuadre virtuoso o poniendo en la balanza las extraordinarias interpretaciones que justifican la fama de excelente director de actores que tenía Wyler. Merece la pena recalcar el trabajo del conjunto del elenco protagonista, desde la aclamada Olivia de Havilland (a día de hoy toda una superviviente del Hollywood Clásico) que, caracterizada de manera convincente y en pleno apogeo de su carrera, aborda con éxito su papel de reprimida y acomplejada joven solterona condenada a vivir una existencia oprimida y claustrofóbica por el carácter arrogante y autoritario de su rico progenitor. Un padre, interpretado con brillantez por el reputado actor inglés Ralph Richardson, que no duda en humillar a su hija y ejercer un control absoluto sobre su vida que termina por provocar un tenaz enfrentamiento con el pretendiente encarnado por el icono sexual Montgomery Clift en sus comienzos cinematográficos. También Clift sale bien parado con un protagonista ambiguo cuyas verdaderas intenciones nunca quedan claras, bien sea por exigencias de la casa derivadas de su condición de estrella en ciernes o por mor del dramatismo de la historia. No se puede dejar de mencionar en este reparto a la veterana Miriam Hopkins quien ejerce con gracia y oficio de locuaz casamentera, personaje que funciona como cierto aliviadero del peso dramático de la historia. Si excelentes son las actuaciones no lo es menos la inspirada partitura de Aaron Copland que se hizo con el Oscar en su categoría. No fue el único galardón con el que la Academia obsequió a esta notable película ya que fue un buen aluvión de premios el que se llevó ésta, entre ellos el de mejor película, director y actriz principal.


Un reconocimiento merecido, sin duda, puesto que a la meticulosa, detallista y precisa ejecución de la puesta en escena se une una profundidad dramática basada en la sobria construcción emocional de los personajes que dan fuste a una sinopsis que se desarrolla casi en un único escenario. Una situación a la que Wyler retornaría años más tarde en un tono menor pero igualmente recomendable, firmando algo parecido a un díptico al menos en lo que tocante a este desarrollo argumental en pocos escenarios. Es este aspecto el que nos recuerda el origen teatral de La Heredera aunque sea como fuere queda manifiesto el dominio del espacio de su director, ya con estatus de estrella y que había realizado obras de gran calado como Desengaño, otra incursión psicológica profunda, más si cabe que esta, me atrevería a decir. Estas virtudes se redondean con un diseño de producción exquisito que, por ejemplo, deja espacio para el lucimiento de las prendas de la quizá más conocida sastre de Hollwywood con permiso de Walter Plunkett, Edith Head, mujer de longeva carrera, y, por otra parte, y tratándose de Wyler, no podemos desdeñar la iluminación servida por el operador Leo Tover. En definitiva, una excelente y cuidada recreación de la rígida y amanerada sociedad de finales del XIX de la que James Ivory tomó buena nota, que destaca por ser un ejercicio de cine de calidad, sobrio y sin fisuras, y que para postre concluye con un final agridulce que deja un sabor amargo y, por lo tanto, un poso de melodrama como debe ser. Si alguna vez visita a alguien que dice ser cinéfilo y no tiene una copia de esta película en las estanterías, desconfíe.


Las imágenes y el vídeo se utilizan con fines de ilustración. Los derechos están reservados.

3/3/15

La Isla Mínima


Tenía ganas de acercarme a la goyesca película de Alberto Rodríguez antes de ser goyesca, pero por h o por z el tema siempre quedaba pospuesto hasta que un buen día, ya siendo goyesca la cosa...me quede subyugado (como diría aquél) ante tamaña demostración de poderío fílmico. Oye, tú, mira, esto es cine con empaque, con poso pa que lea la gitana. Todo el mundo con el que comentas la jugada te dice: "la fotografía, qué fotografía", pero, ozú, que el sr. Gutierrez se sale, la historia te atrapa y la música te arrulla como si fuera el canto de todos esos pajaritos y pajarracos (por eso de su gran tamaño, no por otra cosa) que aparecen en pantalla. Sí, tiene un par de detallitos cara a la galería pero es que hasta la historia queda con cordones sin atar, un regalo para los fans del cine negro clásico que siempre somos incapaces de ponerle el lacito al regalo o de abrir por el lugar indicado el sobre de sopa preparada (leáse cualquier artilugio cerrado a cal y canto en cuyo exterior se puede encontrar impresa la enigmática palabra abrefácil). Todo se riega con un chorrito de crónica social de una época pasada pero presente para nosotros que al igual que define al par de policías protagonistas, nos marca en la actualidad (aunque muchos no se paren a pensarlo). Magníficamente ambientada, narrada con mimo y tomándose su tiempo, no me extraña su reconocimiento goyesco o cualquier otro que pueda recibir, y es que sus personajes definidos con maña, las relaciones que se desarrollan entre ellos y la tensión palpable en el medio en el que les toca desenvolverse, me hicieron disfrutar de un rato de cine "mu" bueno. Ah, y seguro que más de uno y de una ha escuchado otro comentario recurrente sobre la película: "y es cine español" (se admiten variantes tipo "parece mentira que sea española", "y es española"). Bueno, pues sí oiga como el aceite y la oliva. Ahora que, ¿saben que España es un país importador de aceite? (acojonante, ¿verdad?). Y me he pasado pero es que La Isla Mínima bien vale la pena.

Los derechos del vídeo deben estar reservados, yo sólo lo pongo para animar a que la vean y eso que el traíler a mí no me "dise ná". 

12/2/15

Trash, Ladrones de Esperanza


Bueno, bueno, iniciamos sección-etiqueta con esta peliculita brasileira-inglesa que chupa rueda de Ciudad de Dios y que intentaré destripar en...105 palabras, ni má ni menos (a partir del punto siguiente, me van a disculpar pero esto era la necesaria intro). Ahora sí, a ello voy, sin más preámbulo ni alharaca podemos decir que es una (aquí -me van a permitir- empiezan las 105 palabrejas) aventura juvenil que juega con la complicidad de situar a los niños en el centro de la acción para desarrollar una historia más que trillada, con todos los tópicos típicos y estereotipos a nivel argumental y de factura formal. Lo primero la acaba volviendo por momentos muy forzada y lo segundo, echemos un ojo al montaje. Un argumento facilito que pretende transmitir de manera amable y moderna un mensaje revolucionario que resulta increíble. Pese al fallido guión y la dirección comercial hay que decir que se consigue que la amistad entre el trío protagonista surja con fuerza. No llega a emocionar pero sí a entretener.

El vídeo es ilustrativo, los derechos están reservados.

29/1/15

Cantando bajo la Lluvia

¿Alguien no ha visto esto?

Si el retorno navideño de mi némesis fue un musical, el mío acabando La Cuesta de Enero es EL MUSICAL, así, sin colorantes ni conservantes, bueno, algo de colorante sí tiene, porque es toda una píldora de colores de buen rollito con efectos de alegre euforia, casi, casi que hecha a propósito para insuflar algo de optimismo y vitalidad y que viene de encargo para esa cosa que se ha inventado ahora del Blue Monday o para quien el primer mes del año le pase factura, sea en forma de síndrome post-vacacional, sea en cuestiones de money, money por los gastos y fastos de la ya lejana Navidad, las subidas de los gimnasios y demás, o sea por lo que sea. La energía inigualable de Gene Kelly, un tío con good looks que dicen los americanos y sonrisa de pasta dentrífica, nos lleva por EL MUSICAL como si nada y sin enterarnos estamos contagiados de su alegría de vivir y, ya de paso, nos enseña el número musical más conocido, por consenso aplastante, de la historia del cine (el de la foto de arriba, lo han adivinado). Y aún hay más, porque otro de los más famosos también aparece por aquí, pero este lo hace Donald O'Connor en plan dibujo animado.


¿Es usted anti-musical? Pues seguro que estos dos momentos de la historia del género los conoce y si no, ¿a qué carajo está esperando? Déjese de prejuicios y tómese esta pastilla de colores que es EL MUSICAL. Subidón asegurado, aunque eso de que los personajes canten sus estados de ánimo no vaya con usted. Pero es que EL MUSICAL gusta hasta a quien no gusta el musical. Y lo digo porque EL MUSICAL es más que un musical...es una de las mejores  y más divertidas películas que el cine ha hecho sobre el cine.

Una de las dificultades del sonoro o ¿dónde poner el micrófono?
Si eso de que las cosas se digan cantando le parece irreal y fuera de lugar, aquí una sorpresa se va a encontrar. Sobre el cine aprenderá, la llegada del sonoro comprenderá y si tenemos en cuenta que a lo largo y ancho de la película se cuentan anécdotas más o menos verdaderas y desfilan trasuntos de celebridades del Hollywood de finales de los años veinte, esto es una delicatessen para quien le guste el cine y uno puede ir adivinando la celebrity correspondiente. Por el arco iris desfilan Douglas Fairbanks, pelis de gánsters, Louella Parsons y dicen que hasta el mismísimo productor de todo el asunto, Arthur Freed y, en fin, un montón de situaciones y personajes basados en hechos reales que cada uno se encargará de averiguar o acertar o recordar. EL MUSICAL es una declaración de amor al cine, un homenaje incluido un punto de picante satírico, si hasta tiene erotismo, tú, con esas piernas taaaan laaaargas que son las de la Charisse, las cuales, por cierto, en una jugada estratégica y movimiento astuto de la Metro fueron aseguradas por una cuantiosa cantidad de dólares, algo -esto de asegurar partes de la anatomía propia- que muchas estrellas del firmamento de hoy siguen haciendo.

Laaas piernaaas del 1000000 de dólares (y su propietaria)
Las piernas del millón de dólares y su propietaria son las que acompañan al Chico Profidén en el onírico número de casi un cuarto de hora que cierra la función y en el que yo me sigo preguntando por qué el célebre Don Lockwood no se imagina con la pizpireta Kathy. Obviando este asunto que como todo, tiene explicación, a saber, Debbie Reynolds no era bailarina, el número también es histórico y depara un suceso con rombo y medio, por lo menos, o sea, sólo para adultos, relacionado con el vello púbico de la chica de las piernas largas cuando lleva el pañuelo que también es quilométrico....como este es un blog para todos los públicos, quien quiera subir la temperatura tendrá que buscarse la vida, faltaría más. Sin embargo, sólo digo que este chascarillo se suma a los que casi todo el mundo conoce pero yo de paso recuerdo de juntar la leche y el agua para que se viera mejor en la pantalla la lluvia del archifamoso número que el Chico Profidén rodó con unos grados de fiebre (esto son dos chascarillos por el precio de uno), el del ingreso hospitalario de O' Connor cuando terminó el agotador Make 'Em Laugh, el de la cebolla empleada para hacer llorar a Reynolds en la escena culminante en la que se descubre el pastel (me refiero al doblaje de la Lamont, no confundir con el momento del pastel de verdad) y ya que estamos con ella (con Reynolds, me refiero) no podemos olvidar los efectos del tiránico trabajo a destajo impuesto por el Chico Profidén (a ver qué se creen que se esconde detrás de tamaña sonrisa, o todo no iba a ser tan bonito) ya que tan encantadora señorita llegó a terminar con los pies sangrando. Por cierto que seguro que saben que a Reynolds la doblaron (ironías del destino) a la hora de cantar Would You? pero también la gran Jean Hagen llega a doblarse a sí misma utilizando su verdadera voz (un lío, vaya, algo así como que Debbie hace que dobla a Jean pero ésta en realidad se dobla sí misma y, además, aparece una tercera -para más señas de nombre Betty y apellido Noyes- que le pone la voz cantando a Debbie). Pero, qué diantres, si a Debbie hasta le doblaron el zapateado de Good Morning para que sonara más potente y dicen que hasta al mismo Chico Profidén sus colaboradoras de toda la vida (Carol Haney y Jeanne Coyne, sobre ésta última volveremos, ya lo verán) le amplificaron el suyo cuando chapotea en los charcos.

¿Les han gustado los chascarillos?
Y tras los chascarillos llega el momento de la primera adivinanza tartufera (recuerden, un tartufo en juego): ¿alguien sabría decir a qué famosa princesa parió Debbie Reynolds? Esta es "molto facile", la siguiente habrá que currársela un poquito más. Además, y hablando ya de todo y de relaciones materno-filiales de actrices de Hollywood, esta princesa casi acaba "emparentando" (ten hijas para esto) a su querida madre con las monstruas de Baby Jane. Y es que Debbie dixit las dos cosas más duras de su vida han sido parir a su vástaga y rodar con el Chico Profidén, claro que cuando lo dijo la Princesa aún era una chica formal.

Lo de abajo  también me gusta y por eso lo recomiendo. Allá cada "cualo".
La fórmula que se le ocurrió a Arthur Freed (el señor ideólogo del asunto y jefe de la unidad de los exitosos musicales que la Metro hacía por aquellos tiempos) no era nueva, aprovechar canciones ya escritas (además por él mismo ya que puso letra a la música de Nacio Herb Brown allá por los años en los que se decidió situar la acción de la película) y montar una historia a partir de ellas, pero, eso sí, dándole cierto sentido a todo el conjunto. Como digo nada nuevo bajo el sol, esto se había hecho de alguna manera en Cita en San Luis o Un Americano en París, por poner dos ejemplos, pero en EL MUSICAL la pareja de guionistas Comden y Green (que ya habían trabajado con el productor y con los codirectores que eran la pareja artística que formaban en aquel entonces el Chico Profidén y el niño prodigio Stanley Donen en Un día en Nueva York) en un arrebato de inspiración acertaron de pleno al centrar la historia en un período clave de la historia de Hollywood (y del cine, vaya) e incrementaron su interés al salpimentarlo con un buen puñado de anécdotas más o menos verídicas, casi todas divertidas y vividas en primera o tercera persona por los propios miembros del equipo o conocidos de estos, no olvidemos que el rodaje de la película es relativamente cercano a la llegada del sonoro, que es lo que se cuenta. Ya digo, uno de esos momentos en los que las musas aparecen. Sólo faltaba que se metiera por el medio la pareja de dos para que el proyecto saliera redondo. Porque el Chico Profidén y Stanley (quién hacia qué daría para unas cuantas líneas y como terminaron como el rosario de la aurora aún serían más jugosas pero para que pique la curiosidad adelanto que hasta compartieron esposa, en momentos diferentes, no vayan a pensar, eh, pillines, no otra que la mujer sobre la que dije que volveríamos, sí, Jeanne Coyne) supieron rematar la faena para el musical moderno y siguiendo con la fórmula de Un día en Nueva York los bailes y las canciones están integrados en un argumento que se desarrolla de manera fluida y dinámica. La transición del cine mudo al sonoro se cuenta con alegría, con gracia y salero, con muy buen rollo, cantando y bailando los sentimientos de manera todo lo natural que puede ser y con un buen montón de fallos de montaje, pero, ya saben, nadie es perfecto.

Los pies de Debbie lo pasaron mal, pero ¡qué buen rollo!
Voy a acabar diciendo que EL MUSICAL es una "in-mejorable" (así, en dos palabras que diría aquél) ocasión para disfrutar del Espadachín de la Danza que era el Chico Profidén, de "toda su grassia y su arte" (que diría aquella), de toda su energía y vitalidad (y musculosa virilidad que dirían algunas y... algunos), pero antes vamos a jugarnos los tartufos. Allá va, he dicho que las canciones que aparecen en la película estaban ya escritas, por ejemplo, la misma Singin' in the rain ya había sido interpretada en varías películas desde que lo fuera en la primera allá por al año del crack, incluso hasta la mismísima Judy Garland la entonó, pero también hay canciones ex profeso para la ocasión como...Ánimense, señoras y señores, un tartufo está en juego. En honor a la verdad hay que decir que las dos preguntas tartuferas de hoy son de San Google, así que a por el tartufo, después a por la pastilla de colores de buen rollito, y como de píldoras va la cosa y no hay tartufos para todos, una canción y un artículo terminan con la entrada.

¡Qué grande es el cine!
Por si acaso digo que imágenes y vídeo son ilustrativas, no esconden nada más.