17/3/15

La Heredera


The Heiress, William Wyler, 1949, EEUU, Olivia de Havilland, Montgomery Clift, Ralph Richardson.

Esta es una de esas grandes películas de cabecera que todo buen cinéfilo que se precie debe tener. De una precisión milimétrica y un exquisito gusto la puesta en escena marca de manera indeleble esta muestra del saber hacer de William Wyler, uno de los grandes realizadores del cine clásico que supo dotar a su obra de un sello personal. El mimo en el detalle que practicaba este director y que encontraba cobijo en un carácter perfeccionista y rayano en la tiranía según algunos que tuvieron la "suerte" de trabajar con él, queda más que patente en esta recreación de la encorsetada época Victoriana que adapta una obra teatral de los propios guionistas Augustus y Ruth Goetz inspirada en la novela de Henry James, Washington Square. En definitiva, aquí tenemos cine con clase. Los quilates de esta película se pueden pesar partiendo desde la meticulosa dirección con devoción por el encuadre virtuoso o poniendo en la balanza las extraordinarias interpretaciones que justifican la fama de excelente director de actores que tenía Wyler. Merece la pena recalcar el trabajo del conjunto del elenco protagonista, desde la aclamada Olivia de Havilland (a día de hoy toda una superviviente del Hollywood Clásico) que, caracterizada de manera convincente y en pleno apogeo de su carrera, aborda con éxito su papel de reprimida y acomplejada joven solterona condenada a vivir una existencia oprimida y claustrofóbica por el carácter arrogante y autoritario de su rico progenitor. Un padre, interpretado con brillantez por el reputado actor inglés Ralph Richardson, que no duda en humillar a su hija y ejercer un control absoluto sobre su vida que termina por provocar un tenaz enfrentamiento con el pretendiente encarnado por el icono sexual Montgomery Clift en sus comienzos cinematográficos. También Clift sale bien parado con un protagonista ambiguo cuyas verdaderas intenciones nunca quedan claras, bien sea por exigencias de la casa derivadas de su condición de estrella en ciernes o por mor del dramatismo de la historia. No se puede dejar de mencionar en este reparto a la veterana Miriam Hopkins quien ejerce con gracia y oficio de locuaz casamentera, personaje que funciona como cierto aliviadero del peso dramático de la historia. Si excelentes son las actuaciones no lo es menos la inspirada partitura de Aaron Copland que se hizo con el Oscar en su categoría. No fue el único galardón con el que la Academia obsequió a esta notable película ya que fue un buen aluvión de premios el que se llevó ésta, entre ellos el de mejor película, director y actriz principal.


Un reconocimiento merecido, sin duda, puesto que a la meticulosa, detallista y precisa ejecución de la puesta en escena se une una profundidad dramática basada en la sobria construcción emocional de los personajes que dan fuste a una sinopsis que se desarrolla casi en un único escenario. Una situación a la que Wyler retornaría años más tarde en un tono menor pero igualmente recomendable, firmando algo parecido a un díptico al menos en lo que tocante a este desarrollo argumental en pocos escenarios. Es este aspecto el que nos recuerda el origen teatral de La Heredera aunque sea como fuere queda manifiesto el dominio del espacio de su director, ya con estatus de estrella y que había realizado obras de gran calado como Desengaño, otra incursión psicológica profunda, más si cabe que esta, me atrevería a decir. Estas virtudes se redondean con un diseño de producción exquisito que, por ejemplo, deja espacio para el lucimiento de las prendas de la quizá más conocida sastre de Hollwywood con permiso de Walter Plunkett, Edith Head, mujer de longeva carrera, y, por otra parte, y tratándose de Wyler, no podemos desdeñar la iluminación servida por el operador Leo Tover. En definitiva, una excelente y cuidada recreación de la rígida y amanerada sociedad de finales del XIX de la que James Ivory tomó buena nota, que destaca por ser un ejercicio de cine de calidad, sobrio y sin fisuras, y que para postre concluye con un final agridulce que deja un sabor amargo y, por lo tanto, un poso de melodrama como debe ser. Si alguna vez visita a alguien que dice ser cinéfilo y no tiene una copia de esta película en las estanterías, desconfíe.


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2 comentarios:

  1. La solidez formal un tanto barroca de la que Wyler hizo gala en diversos melodra­mas a lo largo de los últimos años treinta y toda la década de los cuarenta, tuvo aquí una magnífica expresión en esta (excesivamente) fiel adaptación de la exitosa pieza teatral de los Goetz. Cuenta, además, con una excelente labor del cuarteto protagonista, en especial la matizada y sutilísima composición de la Havilland.
    Un saludo.

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  2. Así es, Teo, Wyler es un valor seguro en cuanto a la forma y aquí demuestra su habilidad para con sus actores que, como bien dices y yo suscribo ya en la reseña, están magníficos. Un saludo.

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