19/3/17

Un día en Nueva York

On The Town, 1949, S. Donen & G. Kelly, USA, G. Kelly, F. Sinatra, B. Garrett.
El fructífero tándem formado por Stanley Donen y Gene Kelly debuta en la dirección con este musical que significó un antes y un después en el devenir del género. Como es sabido, el empecinamiento de ambos por sacar el equipo de rodaje a los escenarios naturales de la emblemática ciudad de Nueva York supuso una pionera acción revolucionaria, en línea, por otra parte, con su trayectoria que siempre buscó la innovación (recuerden el baile de Kelly con el ratón Mickey, sin ir más allá). Una decisión que significó dotar a las peripecias de los tres marineros protagonistas que disfrutan de su día de permiso en la ciudad de los rascacielos de un naturalismo ajeno hasta la fecha al género musical. Sin duda, el binomio Donen-Kelly prepara la explosión del musical moderno que se dio en los años cincuenta del siglo pasado con esta propuesta innovadora, vital y energética y junto con el productor Arthur Freed, figura clave del género, anticipan las coordenadas por las que éste se desarrollará en su máximo esplendor. La música y el baile ya no se intercalan de manera disruptiva, al contrario, sobrevienen con espontaneidad y representan los sentimientos de los personajes, o bien, hacen avanzar la acción dramática, quedando engarzados con fluidez en la misma. La dificultad del cambio de ritmo necesario cuando se pasa de hablar a cantar, de andar a bailar, ya es historia. Aquí, esos números, unos más serios, otros más divertidos, algunos más atrevidos, desarrollan la narración como diálogos entre personajes o descripciones de los mismos, por ejemplo. Así, escenas como las del museo, la presentación de una de las chicas (Miss Turnstiles) o el ballet onírico que sintetiza en un punto de la película lo acontecido en ella hasta ese momento, forman parte del conjunto de la obra, integrándose en ella de manera total. En resumen, la fragmentación que parecía inherente al género musical se salva con esta integración narrativa. Al igual que también resulta incorporada como otro personaje más la urbe neoyorquina, como se ha apuntado antes. Aunque es curioso que este ambiente naturalista por la que, entre otras cosas, es recordada la película choque con el fantástico ballet que le da su título de explotación en lengua castellana, esa danza onírica protagonizada por Kelly y Vera-Ellen (una actriz de poco éxito pese a ser reconocido su talento para la danza) que sintetiza la obra de manera prodigiosa, resumiendo la trama a través de la reconstrucción del relato hasta su punto de ruptura pero sin adelantarla, una síntesis que se basa en la minimización del decorado y la maximización expresiva de la iluminación. Una magnífica muestra del género musical y sus fantásticas posibilidades.


Pero el conjunto también es representativo del carácter vitalista del género, conformándose como una especie de barrita energética que se sucede a un ritmo alto partiendo de una excusa argumental básica cuyo desarrollo desemboca en un final típico de la comedia clásica americana quizás un tanto envejecido por su ingenuidad y que deja algunas situaciones en las que es necesario desprenderse del principio de incredulidad en lo que es un libreto ligero sin gran atención a la lógica que contiene subtramas poco creíbles pero que, en definitiva, son irrelevantes (el responsable del museo en plena persecución de los protagonistas acompañando a los policías a las tantas de la madrugada lo tomamos como una cuestión secundaria, por ejemplo). En cualquier caso, la vitalidad colorista de la función -todo un preludio de lo que vendría en la década siguiente- vale como plasmación de la arrolladora energía (y personalidad) de Gene Kelly, bailarín y coreógrafo, director, actor (más que correcto en el campo de la comedia) y guionista, triunfador en Broadway a principios de los 40, icono del musical de Hollywood quien, combinándose con el jovencísimo Stanley Donen (bailarín y coreógrafo procedente, igualmente, de Broadway, y cineasta que acabó por protagonizar en su carrera un viraje hacia la comedia suave y elegante) y bajo el paraguas de la Freed Unit, sentó las bases del musical USA, o al menos, del que podríamos definir como su período de esplendor.


Un género que, como ya se ha podido adivinar, se benefició del trasvase Broadway-Hollywood que llevó a la Costa Oeste a numerosos artistas: los citados Kelly y Donen, pero también directores como Vincente Minnelli o guionistas como los de la película traída a colación, Betty Comden y Adolph Green, sin olvidar a compositores (Gershwin, Arlen, Berlin) y un sinfín de bailarines y coreógrafos. Múltiples fueron las adaptaciones que desde la Meca del Cine se hicieron de las representaciones neoyorquinas. Con mayor o menor fortuna, con desigual interés artístico, las versiones de las obras de Broadway en celuloide se sucedieron y como muestra este filme que adapta un ballet de Jerome Robbins (Fancy Free) amplíado a musical por Leonard Bernstein y estrenado, con libreto de la misma pareja Comden y Green, a mediados de los cuarenta en los escenarios neoyorquinos. Por cierto, que el compositor quedó seriamente disgustado con la transposición a la pantalla al añadirse canciones de Roger Edens y eliminarse otras del original. Sea como fuere, la reputación de la versión cinematográfica la ha instalado como uno de los musicales más importantes de la historia.



A Kelly lo acompaña un elenco interesante a cuya cabeza se sitúa Frank Sinatra ya lanzando su carrera cinematográfica pero entre el cual figura también la claquetista Ann Miller y la mencionada Vera-Ellen, quien se encarga de dar vida a la partenaire de Kelly, una especie de Cenicienta moderna. Y en una vis más cómica encontramos a la divertida Alice Pearce (retomando su papel de Broadway) y a la gran Florence Bates haciendo de algo así como una madrastra alcoholizada. Un émulo de Ray Bolger, el bufón Jules Munshin, ejerce de tercer marinero. Todos ellos participan en este precursor musical considerado la punta de lanza de la modernidad de un género que, sorprendentemente, de manera reciente ha cosechado un tremendo éxito que quién sabe si le supondrá disfrutar de un "revival". Desde luego, sus adeptos se cuentan por millones.


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