27/9/15

El Demonio de la Armas



Mítica cima de la más genuina serie B, esta joya del cine negro y obra de culto que sirve de portada para libros temáticos sobre el género es parada obligatoria no ya para los amantes del mismo sino también para todo aquel que dice gustarle el cine. Rodada con una clarividencia envidiable por Joseph H. Lewis, uno de esos directores cuasi-olvidados (por no decir absolutamente desconocido para la mayor parte del público actual) de la época dorada del Hollywood más clásico, quien aquí deja patentes sus extraordinarias dotes cinematográficas legando para la posteridad el plano-secuencia más reconocido de la historia del género (con permiso del inicial de Sed de Mal, como ven estamos pronunciando palabras mayores), El Demonio de las armas es una obra de auténtico cine, puro deleite para el cinéfilo de pro, además de una cinta rompedora en su aspecto visual y demoledora en su tratamiento de la sexualidad que, ya de paso, ha ejercido magna influencia en movimientos emblemáticos de la historia del cine y en obras más conocidas que ella misma.



Partiendo de un relato de Mac Kinlay Kantor que el "blacklisted" Dalton Trumbo se encargó de adaptar bajo seudónimo la película despliega a través de una modernidad apabullante una historia de "amour fou" vivido por unos protagonistas sin futuro y condenados a una mortal marginalidad de la que no hay escapatoria. Un extraordinario, imponente y vanguardista ejercicio de cine que captura el etos de la sociedad norteamericana de posguerra mediante la exposición del más crudo y descarnado realismo, podríamos decir, parafraseando al Dr. Luis Lapuente cuando define el sonido destilado en la factoría Stax que estamos refiriéndonos a una obra dura, afilada y carnosa. Desde luego, la carne y la pasión son motor de la historia, algo ejemplificado de modo contundente en la magistral escena en la que Peggy Cummins, envuelta en su albornoz, marca el destino del vulnerable John Dall, arrastrándolo de manera inevitable hacia el fin, consecuencia lógica del descenso a tumba abierta que ya habían emprendido ambos desde el momento en el que se conocen, un duelo de tiro al blanco que se constituye como otra colosal prueba de las dotes de Lewis para poner al espectador en la piel de los protagonistas y hacerle comprender que el destino de la pareja está sellado. En este sentido, el último acto desesperado de Bart no es más que la consumación de la fuerza de carácter absoluto que ejercen los hados sobre su compañera y sobre él mismo.


-"I want to do a little living...Bart, I want things, a lot of things, big things. I don't want to be afraid of life or anything else. I want a guy with spirit and guts".
La narración, caracterizada, por una parte, por la economía, desarrollada sin concesiones y dominada por la violencia más despiadada pero no por ello carente de una carga emotiva extrema presente en algunos instantes de máxima belleza como el de la fugaz -por imposible- separación de la pareja protagonista, y, por la otra parte, por la que sobrevuela la más descarada sexualidad permitida (y no permitida) por las normas del Código Hays, dirigida con pulso firme por Lewis nos adentra de pleno en el corazón de las películas de carretera con ese aura rebelde de la pareja y la huida hacia ninguna parte en la que viven los protagonistas, nos golpea con temas tabúes y plantea otros muy vigentes. Así, la factura formal vanguardista se conjuga con la modernidad y el interés de su temática, siendo notorio el uso del sexo en el avance del relato. Es la carnalidad, como tantas otras veces en el noir, la que hace sucumbir al anti-héroe. Es el uso de la lujuria el mecanismo con el que la mujer fatal pretende alcanzar el estatus de vida deseado, pero aquí surge una particularidad respecto a otras congéneres: Annie Laurie Starr está enamorada hasta el tuétano de su víctima, para la que acaba siendo una especie de Mantis personal.


La liturgia carnal de los protagonistas sobre la que se va a edificar su relación queda plasmada de manera alucinante con el cortejo que es el duelo ya citado que transcurre en la feria, a partir de ahí una profunda y poderosa puesta en escena enfatiza la atracción fatal que sienten los protagonistas cuyo comportamiento jamás es juzgado, es expuesto sin moralismos ni ambages. La pareja cae víctima de un extraño encantamiento marcado por la atracción sexual que la condena a vivir para matar, camino emprendido con el amor como impulso del crimen y allanado por la compulsión incontenible que sienten hacia las armas de fuego, una suerte de fetiche propio que comparten y que los acerca hasta casi ser uno. Para dar corporeidad a los amantes, a ese inestable y violento trasunto de Annie Oakley que es Annie Laurie Starr y al vulnerable y sensible buen chico Bart Tare, unos actores cuasi desconocidos de los que el director quedó más que satisfecho, Peggy Cummins y John Dall (del que, por cierto, Hitchcock -¡cómo no!- ya había sabido sacar su lado oscuro ).



Desde las profundidades de la serie B y valiéndose de un realismo brutal y sorprendente que, por momentos, se empareja con el tono documental, Joseph H. Lewis logra la estilización del noir  y consigue encontrar una forma única y específica que hace de "El Demonio de las armas" una película reconocible, de estética marcada y en la que destacan sobre el conjunto algunos instantes imborrables, como el del atraco al banco o el que se comete en el matadero, ambos rodados de manera brillante pero bien diferente, que hacen de esta cinta una obra moderna, ágil, dinámica, fresca, innovadora e inventiva. Lewis, seguro de sí mismo y conocedor de los entresijos de su oficio, apoyado, fundamentalmente, en el manuscrito de Trumbo y en la labor del operador Russell Harlan y del montador Harry Gerstad mece los sucesos duros y violentos que cuenta en las redes del negro, la textura del género se hace visible con este realizador que fue capaz de decir no a la industria con su temprano retiro y que, comenzando como ayudante de cámara y montador, pasó a dirigir westerns de bajo presupuesto que le valieron el apodo de "Wagon-wheel Joe" por sus imposibles composiciones que ponían los radios de las ruedas de carro o cualquier otro elemento en primer término, para llegar después al género negro y terminar su trayectoria profesional en la pequeña pantalla con series del oeste, allá por los años sesenta.



Puede que los espectadores de la época no estuvieran preparados para la audacia de esta película o puede, como el mismo Lewis reconoció, que su obra no tuviera detrás una organización para su distribución ya que la compañía United, estudio que la compró a sus productores, los hermanos King, estaba en pleno proceso de reconstrucción, sea como fuere, la película fue un fracaso en toda regla y eso pese a que a algún iluminado (para desgracia de Lewis como el mismo dijo en alguna ocasión) se le ocurrió exhibirla con el título "más comercial" de Deadly is the Female. Pero hoy podemos concluir que Gun Crazy es una extraordinaria película, sin ánimo de extenderme más ya que los hechos hablan por sí solos:




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Sólo para...(29)

...fans de la Garbo (y/o de Billy Wilder y/o de Lubitsch)

Ninotchka (Ninotchka),  E. Lubitsch, 1939, EEUU.