30/6/14

Fedora

Fedora, Billy Wilder, Ale. Occ.-Fr, 1978, William Holden, Marthe Keller, Jose Ferrer.
¡Yaaaa estoooooy aquí de nuevo! ¡Y con algo especial, tú, (para variar) El Testamento del Dr. Wilder! ¡Ná más y ná menos! Pero primero, lo obligado cuando se trata de la película traída a colación en esta entrada: es la penúltima del gran Billy Wilder, todo un mito en esto del cine. Y digo lo de "lo obligado" porque todo el mundo empieza así al referirse a ella. De la última ya se encargó el jefe de este espacio internáutico hace un tiempo, pero la mía es mejor porqué lo digo yo, ¡o-hó! Bueeeno, vale, para gustos los colores, pero la mía es como un testamento, el Testamento del Dr. Wilder. Su mirada sobre una época de la que él mismo fue un elemento destacado se refleja en este melodrama a reivindicar. Por suerte, la película lleva unos años revalorizándose después de su fría bienvenida a finales de los setenta. Y es que se trata de una buena película, no una obra maestra pero sí una sólida apuesta que ha tenido su "revival" en el festival que la presentó en su día. Ale, todos esos seguidores de Wilder que lo asocian a la comedia y que no la hayan visto tomen nota, aunque aquí no se vayan a encontrar con faldas y a lo loco (un título decididamente singular que vamos a dejar como ejemplo de las traducciones de los originales y que en el género prohibido alcanza paroxismo y parecen alucinaciones de viajes psicotrónicos de ácido o de maría, aunque, claro, el cómo se llame a la película en cuestión en ese género quizá sea lo de menos para el espectador, ávido de otras emociones) sí que descubrirán una especie de secuela del crepúsculo, todo un drama psicológico impregnado de nostalgia y con un poso de amargura, una reflexión del Dr. Wilder sobre el Viejo Hollywood que es una ilusión pasada. Y ¡atención! ¿nadie ve en las escenas de la clínica un aire de cine de terror? No sólo por esto:

Desde luego a ningún cinéfilo se le escapa el parecido con el clásico Ojos Sin Rostro, pero y ojo al dato que viene el juego tartufero ¿cuál es la película -siguiente en el tiempo a estas dos- de un ínclito director de cuyo nombre no quiero acordarme en la que se ve un motivo parecido al de estas ambas dos fotos? 
A mí me parece un digno colofón a la carrera del Dr. Wilder este triste y maduro homenaje-reflexión (con algún dardito untado en vitriolo- algo que no puede faltar cuando está el Dr. Wilder por ahí- hacia el ego de las estrellas) y mirada cínica pero comprensiva hacia el Hollywood Clásico que si a finales de los setenta le parecía pasado al Dr. Wilder, imagínate ahora. Además, tiene un aire irreal e ilusorio tan de cine y sale el maduro y alcohólico pero sobrio actor William Holden (de paso recordemos su triste y crudo final en un apunte para morbosos y curiosos, lo sé). Por no decir que la melodramática historia es sólida y pese a su final forzado funciona. Ya se encarga, como tiene que ser, Miklós Rózsa de resaltar el melodrama, ya y, al final,  todo consigue transmitir cierta tristeza y melancolía, emocionar y evocar, que de eso se trata. La música, la nebulosa y vaporosa atmósfera creada con la fotografía de Gerry Fisher que estaba de dulce por aquellos años, el diseño de producción del Maestro Trauner, el consistente guión del Dr. Wilder y su compinche Diamond y, por supuesto y claro está, la manera de contar la historia. Por ejemplo, el impactante final que se conoce desde el principio no es lo importante. Quien quiera poner el misterio en primer plano se aburrirá porque en otro de los muchos guiños al Hollywood Clásico que deja caer el Dr. Wilder en su testamento lo que prima es la manera de contar las cosas y cómo se va desarrollando la tragedia, una narración clásica con un aire enigmático que llega a conmover no fue suficiente a finales de los setenta para enganchar al personal que estaba por otras cosas (ale, quien quiera comprobar los estrenos de esos años que se lo curre y se lo mire por Internet, que no todo van a ser linkeos).

Un Vals (clásico) para una película clásica
Elegir rodar y contar a la manera clásica una historia sobre el mundo del cine, la fama, la vanidad, el paso del tiempo, que contrapone realismo a ilusión, que tiene amor y tragedia en vena melodramática, es una apuesta personal y arriesgada y el público soberano no la digirió muy bien. Una buena historia no puede con los FX y demás y la ilusión se va como el cine clásico, pero el Dr. Wilder se monta una película interesante sin castillo de fuegos artificiales mediante. El Dr. Wilder construye todo a partir de su oficio: dominio narrativo que hace avanzar el drama mediante flashbacks dentro de flashbacks consiguiendo que fluya desde diferentes puntos de vista y movimientos de cámara que recuerdan a otros grandes experimentos de cine dentro del cine. Fedora es conmovedora por el drama que cuenta (¿ven como puede ser una de terror la historia de la niña/hija-doble?) y a los aficionados al cine les toca la fibra por las continuas referencias al Hollywood Clásico. El Dr. Wilder se pone nostálgico y ya de paso nos pone a nosotros ídem también y se gasta una función melodramática decadente, añeja, con una estética como fría y envejecida que ni todo el sol mediterráneo-estival de Corfú es capaz de calentar para quitarle la melancolía (esto no es lo que va a ganar quien solucione cualquiera de los juegos tartuferos de esta entrada pero como muchos estarán pensando en las inminentes vacaciones desde este blog se aprovecha y se proponen destinos sin tener ni puñetera responsabilidad ni idea alguna sobre precios, posibilidades de cada cual y demás y sin cobrar comisión ninguna, no se vayan a pensar). Y eso que las escenas en la isla son luminosas y antagónicas de la oscuridad del bulevar Sunset (de nuevo aviso: no hay publicidad sobre este posible destino veraniego, que el lector decida lo que le convenga o lo que pueda, que en estos tiempos...).

Marthe Keller pese a su controvertida actuación posa con el tartufo bajo la forma de Oscar que se gana El Testamento del Dr. Wilder.
Total, que la película está bastante bien, tiene una especie (mitad y mitad para no discutir) de Fräulein Rottenmeier o de Mrs. Danvers (esto SÍ es promoción), salen cameos, se hacen muchas referencias al mundo del cine y se enseñan cosas de los rodajes (lo que ahora llamaríamos "making-of"). No sé que hubiera sido de todo esto con Marlene (sí, la mismísima diva Dietrich que también sabría lo suyo de la época de esta Fedora á la Garbo) y Faye Dunaway en los papeles principales, como parece ser quería el mismo Dr. Wilder, pero la película es un digno colofón y testamento a la imponente carrera de éste que, por cierto, tuvo que estrujarse las meninges para solventar el tema de las voces de Fedora. No voy a entrar en detalles porque abriría la caja de "spoilers" (que dicho así parece que sean armas de una distopía futurista) pero uno que es sagaz y espabilado se iba preguntando a lo largo de la película y una vez descubierto el misterio si nadie repararía en el tema de la voz de la protagonista. Uno ya barruntaba que una solución y muy propia de las mejores historias de terror/ciencia-ficción podría ser la de achacar la diferencia de timbres a efectos secundarios del fatal tratamiento; en fin, sé que es burdo y propio de -como digo- otro tipo de producciones (ya sabéis, esas cintas que hacen las delicias de muchos) y, claro, el Dr. Wilder lo solucionó de otra manera, tuvo que recurrir a doblar a las actrices (a una para el mercado francés mientras la otra ponía las dos voces y a la otra para el alemán mientras la una "cantaba" por las dos, un lío, vaya, que aumenta cuando en la versión USA una actriz que no sale dobla a las dos que salen). Y ahora voy a permitirme parafrasear al mismísimo Dr. Wilder y voy a decir que Fedora es una buena película (aunque ya lo he dicho-escrito pero aquí viene el parafraseo que da para el segundo juego tartufero*), no es perfecta pero...nadie lo es.

Una pizca de terror: imagina cómo se balancea la silla de ruedas mientras la habitación se encuentra en un silencio sepulcral sólo roto por el lejano pero continuo chirriar de cada ida y venida de las ruedas. El calor reinante que emana de las potentes estufas y la falta de ventilación te enturbian la cabeza. Lentamente la vieja gira la cabeza y su cara te mira directamente a los ojos...
Por fin, el definitivo juego tartufero que se divide en dos partes pero antes el *: ¿qué película del Dr. Wilder nombrada de manera casual en esta entrada es la base del parafraseo? y ahora el último y definitivo en el que hay que poner todos los tartufos: ¿a qué icono mundial de la música recuerda la caracterización de la heroína de la película reseñada?


¿Vio Michael la película y como buen cinéfilo supo apreciar sus virtudes rindiéndole tributo con su imagen?
Y la segunda y más importante  para la cinematografía del lector/a ¿a qué actriz y en qué polémica y denostada película se parece la protagonista de la (nuestra) historia del Dr. Wilder?


Casi veinte años después la gran Fedora confirma la amenaza de su mirada y pasa al ataque. (¿Existe Fedora? Nuevo elemento de terror, ¿será verdadera esta truculenta historia?)

Recordad que los derechos de las fotos y vídeos tienen propietario. Aquí nos sirven para ilustrar el asunto, nada más. Hablando de vídeos y ya que ha salido Michael, vamos con él pero de jovencito:


21/6/14

Río Rojo


Red River, Howard Hawks & Arthur Rosson, 1947, EEUU, John Wayne, Montgomery Clift, Joanne Dru.

La llegada del -posiblemente- realizador más versátil del Hollywood clásico al género americano por excelencia no pudo tener más resultado que un producto básico en el que confluyen elementos tipo del género en cuestión colmados de su particular idiosincrasia. Es, sin duda alguna, Howard Hawks un cineasta que casi siempre supo volcar en sus filmes sus preocupaciones vitales y su misma "filosofía de vida". Y ello, aunque rodara bajo las directrices de los estudios o se moviera por las coordenadas del cine más comercial, como bien pudiera ser el caso de esta aventura épica, todo un compendio del más genuino Western y una de las más reputadas obras que de este género se produjeron en los años cuarenta e, incluso, podríamos asegurar que a lo largo de la historia. Tomando como punto de partida la historia de Borden Chase, quien ejerce de co-guionista con Charles Schnee, Hawks despliega su estilo ágil y natural para, por un lado, narrar las peripecias de los vaqueros que conducían el ganado de Texas a Kansas después de la Guerra de Secesión, y, por el otro, sumergirse de nuevo en los valores de la lealtad, la solidaridad y el compromiso hacia un objetivo común en pos del cual el grupo deberá eludir constantes peligros y aprender a vivir con la presencia de la muerte. Si bien es en otro filme anterior cuando el tratamiento de estos aspectos alcanza cotas excelsas no es menos cierto que en esta historia de trashumancia americana Hawks insiste con meridiana claridad en ellos. Los paralelismos entre estas dos películas prosiguen si atendemos a los caracteres de los personajes centrales encarnados, allí, por Cary Grant y, aquí, por el debutante Montgomery Clift; ambos son líderes comprensivos y vivos ejemplos de ciertas cualidades necesarias para ejercer como tales, los dos, hasta cierto punto, ocultan sus sentimientos en aras de la cohesión de la comunidad (en el caso de Clift aún se añade la lealtad que le debe a su padre adoptivo, interpretado por un sobrio John Wayne, icono del vaquero en el celuloide). Dos obras que corren paralelas también en la integración del paisaje en la acción y que, asimismo, coinciden en la innecesaria inclusión desde el punto de vista dramático de la sub-trama romántica, pese a la habilidad de Hawks en dotarla de cierta complejidad en la aventura de los pilotos de aviación o de imbricarla en la narración a través de la vivencia de los mismos hechos por los dos personajes principales en la de los vaqueros.


Howard Hawks es un maestro en la acción y la aventura, un magnífico narrador de historias a las que hace fluir con enérgica naturalidad, de manera sobria, sin alharacas, siempre con sentido del humor a la hora de verter sus dinámicos ideales en su obra, un tipo que empezó desde muy pronto en el negocio del cine y que supo rentabilizar sus experiencias, aficiones e ideas personales a la hora de plasmarlas en la pantalla. Y, por supuesto, era capaz de pasar de un género a otro con pasmosa facilidad, quizá este sea uno de los motivos por el que su desembarco en el Western se desarrollara con muchas de las características del género presentes pero también con la expresión de su ideario visible. Por eso es Río Rojo prototipo máximo de una época del Western, aquella en la que ya disfruta de prestigio y en la que su complejidad dramática lo empuja hacia su madurez,  pero a un mismo tiempo funciona como vehículo que le sirve a su director como medio de expresión de sus preocupaciones vitales. Y por eso, en Río Rojo, tienen cabida principios fundamentales del Western, sea de manera implícita o corpórea, tales como la venganza, la violencia del agreste y salvaje entorno, la colonización y la lucha contra los indios, la misma Guerra de Secesión o los viajes iniciáticos, junto con valores tan "hawksianos" como la camaradería, la lealtad o la profesionalidad. Western en puridad, ya desde su localización geográfica y su ubicación temporal y por interpretar acontecimientos históricos revistiéndolos de mítica (la inolvidable y reconocida secuencia de montaje que supone el pistoletazo de salida del viaje del ganado) en el que Hawks estampa su ex libris y despliega la pericia que caracteriza a su cine. Esto es Río Rojo, epítome tamizado de un género siempre presente con A o con B en el cine norteamericano y de enorme impacto en la cultura de los EUA, tanto en la génesis del sentimiento de identidad colectiva como para la adopción de patrones de comportamiento o en la creación de mitos a través de su temática que supone el encuentro de la historia con la leyenda o, en otras palabras, la interpretación legendaria o la idealización épica de hechos históricos. Un territorio acotado con rotundidad en el que Hawks palmariamente y sin disimulo absorbe maneras "fordianas" (véase el elenco de secundarios asiduos de Ford, la misma presencia de Wayne y la ideología del personaje representado por él o la mayestática constancia del paisaje) deslizando su particular visión y, ya de paso, agrietando, aunque sea levemente, las posibilidades de formación de las sociedades: el diálogo, la comprensión y la adaptación a las necesidades comunes deberían (al menos) en determinado momento copar el lugar de la fuerza y la violencia. La confrontación se sirve como preludio del choque generacional que inundaría el cine norteamericano dos décadas después y que aquí queda identificado en los rasgos del binomio John Wayne-Montgomery Clift. El primero, esa imponente presencia que inaugura una etapa en su carrera de mayor complejidad con este Tom Dunson agrio y tiránico, monomaníaco empeñado en cazar a su ballena blanca, pero cuyas motivaciones y sufrimientos el espectador conoce sin poder llegar a condenar su conducta brutal y despiadada, asiste a la rebelión del segundo, paradigma del actor herido en su interior, del ser vulnerable que expande hasta el infinito su innegable atractivo físico, pero que aquí se desenvuelve como otro tipo duro (a fin de cuentas estamos ante una película clásica de vaqueros).


Como también es cierto que estamos ante una muestra de cine comercial que impide cargar las tintas contra Dunson (tengan en cuenta que es John Wayne, toda una estrella) y condenar sus métodos expeditivos tan sintónicos con la visión que gran parte de la sociedad estadounidense tiene sobre la colonización del Oeste americano, circunstancia que afecta al componente dramático del relato, restándole fuerza, y que, posiblemente, propicia la desconcertante conclusión de éste. El extraño final feliz condiciona la virulencia de la narración pero también algunas de las distintas capas de Dunson/Wayne operan como factores que abogan por salvaguardar la imagen del actor, dificultando que otras de calado dramático y narrativo copen todo el espectro del hilo argumental y completen el perfil psicológico del personaje. Así las cosas, Hawks sí acierta en confrontar al padre y al hijo adoptivos cultivando la semilla del desencuentro a medida que aquel ejecuta actos despóticos á la Bounty pero el relato pierde intensidad con la pretendida búsqueda de venganza, que eso sí, deja la imagen antológica de Wayne avanzando entre las vacas y apartando impasible estas de su camino a manotazo limpio. Y es poco después de estallar la rebelión cuando se introduce la historia romántica que debe tener (o suele tener) el cine comercial y a la que Hawks confiere cierto empaque al, como se ha dicho antes, engastar su función dramática como paralelismo entre el pasado de los dos hombres, por una parte, y, por la otra, al rematar la historia con el inesperado desenlace que no hace sino poner de relieve, una vez más, el poder de la mujer "hawksiana". Una conclusión seguramente anticlimática, acelerada y abrupta que difiere de la novelada historia original y que pretende resolver una situación de tensión con una nota de pretendido sentido del humor. Sin duda, algo inesperado para el espectador. Y este curioso final no es el único cuerpo extraño ya que por el camino Hawks nos deja una extraña escena homoerótica con "el tiro a la lata" que protagonizan el pistolero Cherry Valance (un correcto y chulesco John Ireland) y el personaje de Clift.


No obstante lo antedicho respecto a la construcción dramática de la venganza o el arco argumental sentimental (es llamativo que las escenas protagonizadas por una dura pero entregada a su causa Joanne Dru funcionen mejor con Wayne que con Clift) lo innegable es que estamos ante una película fluida, amena y espectacular cuyas más de dos horas de duración parecen menos por condensar el espíritu épico y de aventura y desarrollar la acción mediante escenas tan impactantes y logradas como la de la estampida o la del paso del río y/o aderezando el conjunto con el asueto del humor tipificado en el magnífico desdentado Groot de ese secundario legendario que es Walter Brennan. Río Rojo es una obra comercial de éxito en su estreno y que goza de gran reconocimiento a día de hoy entre la crítica especializada, una película, en fin, que permite disfrutar del universo personal de un gran cineasta que siempre supo trasladar a cualquiera de sus filmes su sentido de la vida con una maneras nada pretenciosas. Aquí, en una aventura de inesperada modernidad -a pesar de las transparencias- que podría perfectamente pasar por uno de los productos protagonizados por Scwharzenegger o Willis -recuerden la frase que espeta en cierto momento de la acción Clift a otro vaquero sobre la taza de café que habían convenido tomar poco antes-  Hawks se muestra seguro de sí mismo y demuestra su conocimiento del medio cinematográfico que le sirve para construir un relato de aventura vital y rebeldía, con acción y ritmo trepidantes y dosis de humor, espectacular en ocasiones, y natural casi siempre, entretenido y que le da para reflexionar sobre la lealtad, la amistad, el compañerismo y la unión para lograr una meta conjunta. Los amantes del cine clásico y los seguidores del Western tienen una casa de postas obligatoria en esta Río Rojo. Y qué decir de los/las fans de Clift.


Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Todos los derechos pertenecen a sus creadores.

7/6/14

Bonnie y Clyde

¿Podría ser un anuncio de un refresco de Cola?  ¿0 quizá de manzanas como se verá más adelante?
¡Rat-tata-tattata-tat!¡Ratttat-tttaaatt-ta! ¡Esta es la historia de Bonnie y Clyde! Bueno, a fuer de ser sincero, algo de verdad y algo de mentirijilla nos cuentan Arthur Penn, el guapo de Warren Beatty y cía pero vaya bombazo que se apuntaron con su versión de las peripecias de la pareja de ladrones de bancos, coches y demás de la Depresión. Eran tiempos duros -como Bonnie escribía en su poema- los que les tocó vivir a la parejita y decidieron emprender una huida hacia adelante o hacia ninguna parte acabando por convertirse en otro más de los famosos enemigos públicos de aquella época. A nuestra pareja, como reza el epitafio que parece ser sugirió el mismo Clyde para su tumba (que también es la de su hermano "Buck", que pasaba por allí y se unió a las correrías de nuestro dúo junto con su señora para acabar compartiendo una morada eterna fraterna), no la hemos olvidado y hay que decir que la peliculita que traigo en esta entrada tiene algo que ver en el asunto. La visión romántica que de la pareja filmó Penn conectó con la juventud de su país de tal manera que Bonnie y Clyde pasaron a ser una especie de héroes contraculturales. Eso se llama estar en el sitio preciso  y en el momento adecuado. Todo un pelotazo que costó lo suyo, pero como el guapo de Beatty que se jugaba los cuartos con su película no se arrugó e insistió e insistió para que se reestrenara, pues, eso, que se salió con la suya: re-estreno y gol. Pero no sólo en la taquilla, es que el cine de Hollywood a partir de aquí cambió y cambió. Mucha modernidad pero ahí estaban los financieros y magnates frotándose las manos porque por fin habían encontrado como hincar el diente a los contestarios jovencitos USA. Así que la Vieja Guardia tuvo que dejar paso al "Nuevo Hollywú" capitaneado por tipos como Penn que se forjan en la TV y el teatro y absorben las influencias europeas de la "Nueva Ola" y conectan con el sentimiento "anti-establishment". El ejemplo es esta producción "retro" estudiada y cuidada en su factura formal á la europea que describe a los dos proscritos de la Depresión como jóvenes rebeldes ahítos de monotonía vital y con ganas de pasárselo bien (y no trabajar, al menos eso parece con Clyde y al loro con esto porque es uno de los detalles ambiguos que van apareciendo según nuestros anti-héroes van de tropelía en tropelía); bip, chxzxbp-bip-bip: conexión juventud-Hollywood conseguida. Y ahora un interludio musical de otro dúo con otra Bonnie, todo por hacer esto más ameno y mantener al lector/a entretenido/a:


El hombre en las yemas de cuyos dedos quiere reencarnarse Woody Allen, esto es, el guapo de Beatty, hizo diana (me refiero a la hora de producir esta película) y muchas cosas cambiaron en Hollywú. Una nueva manera de hacer películas se abrió camino y ya con el código del amigo Hays de capa caída y su amansado epígono a punto de llegar el año siguiente se podían tratar tabúes como el...(sí, ¿a qué no se lo esperaban?) sexo. Y eso que aquí, al final, se suaviza la propuesta original de los guionistas que querían sumar de tres en tres, uds. ya me entienden, ¿no? Bueno, total, que sexo y rebeldía se mezclan con humor y violencia y tenemos el cóctel Bonnie y Clyde que seguro que en algún dispensario de combinados estará patentado y aparecerá en su carta, porque si nuestro dúo da nombre a cierta parafilia no veo el motivo por el que a un cocktail no se le pueda bautizar así, con su nombre, más bien me atrevería a asegurar que más de uno/una podrá confirmar su existencia en distintos lugares, en sus diferentes versiones y, si quiere, los efectos de sus efluvios.

"(...) Yo vivo en una sociedad violenta y me limito a expresar la violencia de esa sociedad. Mi lenguaje (...) es consecuencia del tiempo y del lugar donde me ha tocado vivir" A. Penn, La Habana, 1987.


Volviendo al tema principal, esto es, la película de Penn, el guapo de Beatty y cía, hay que pararse en la violencia que desprenden sus fotogramas tan cacareada ya desde su estreno. El delirante, impactante y notable y aclamado y polémico final con esa Danza de la Muerte que ejecutan los cuerpos ya inertes de Bonnie y Clyde no hace sino confirmar la cultura de una sociedad*, y algo así dijo el propio Penn cuando en una ocasión se le preguntó por la dosis de violencia que solían presentar sus películas**, todo un tipo que (sigo con auto-propaganda de este blog) ya había filmado un interesante e intenso drama mucho más realista que esta trova, la verdad. Y es que la idealización de los dos gánsteres es demasiado pero, mira, funcionó por esa conexión con la revolución sexual y las reivindicaciones contraculturales y creó hasta tendencias en la moda poniendo de ídem la boina de la guapísima de Faye que a mi modesto entender se sale con su Bonnie. Y, ya de paso, Michael J. Pollard también lo hace muy bien, y los malos (Denver Pyle y Dub Taylor ¿puede que estemos ante uno de los mejores castings según físico del actor y psicología del personaje?). Y ¡atención! aparece Gene Wilder en su debut cinero. ¿Los chicos? bueno, pues muy del Método, sobre todo el otro Gene.

Soy actor ¿sabes? del Método ¿sabes? realista ¿sabes? espero dar guerra ¿sabes?
Vamos con el humor, otro elemento que fue polémico cuando se estrenó la película. Mezclar una pizca de comedia con las fechorías de la Banda Barrow no sentó bien a más de uno por considerar que se frivolizaba el asunto y, en honor a la verdad, el ingrediente humorístico funciona a veces y en otras no (ese banjo, ese banjo). Pero el conjunto de la película es así, efectivo, correcto y hasta notable pero con deslices "tramposetes" (esa consumación, la redención de Bonnie con su voluntad de abandonar el lado oscuro, la visitita a la família que, aunque los verdaderos forajidos la hacían no creo que fuera en plan "to er mundo é güeno" y con parsimoniosa comilona -sobremesa incluida- y alguno más que no recuerdo o sí recuerdo pero por no hacerlo más largo no lo pongo) y su impacto se beneficia de la marejadilla social sesentera repleta de marchas, protestas, guerras y magnicidios. Un contenido más adulto que apela a la juventud, ese emergente nicho de mercado, ávido de moteros, festivales y graduaciones (y he aquí uno de los juegos tartuferos de esta entrada: ¿quién adivinará el título de tres películas dedicadas a estas tan dispares -en apariencia- temáticas pero que quedan unidas por su carácter contrario a la autoridad, en otras palabras, rebelde y juvenil?) junto con unos toques de esencia francesa, todo vertido en la misma marmita en la que espera un tono burlón con ketchup, algo de comentario social y un pelín de crítica de la misma especie, más idealizar a los bandoleros y encarnarlos en los más que guapos Warren y Faye, hicieron de Bonnie y Clyde héroes de la contracultura sesentera y de rebote y tras la ola neoliberal reagatatcheriana o, vaya usted a saber, por la misma naturaleza humana inclinada al souvenir y mercantileo, acaben como nuestros modernos rastros de cassettes, camisetas, plantas y piezas de menaje. De famosos a héroes populares pasando por reclamo para el mercadito de los domingos, un camino que seguro que ni Bonnie ni Clyde pudieron imaginar recorrer.

Llena el depósito que vamos camino de la fama
Pero, mira tú, la película de Penn, del guapo de Beatty y cía aguanta el paso del tiempo y en estos días en que el sexo y la violencia y otras cosas son el pan nuestro de cada día en muchas manifestaciones culturales-artísticas se puede ver y es que, lejos de ser un misterio sin resolver, se trata de una película con ritmo (puede resultar pedante pero ojito con el trabajo de Dede Allen, que como el lector tenaz y fiel habrá comprobado en la ficha técnica linkeada que vuelvo a linkear es el montador del meollo), estilosa -no sólo en los trapitos, mirada retro-nostálgica y demás sino en la estética cinematográfica (Penn, el guapo de Beatty y cía prestan atención al cómo se cuenta la historia y abren el cine USA al esteticismo influido por el cine que se hacía por ahí***)-, y combina una historia romántica protagonizada por dos jóvenes enamorados, incomprendidos e inconformistas  y pintados como simpáticos (con sus problemillas y angustias, vaya, como todo hijo de vecino) con cierto realismo sanguinolento (no, amantes del Gore, no se trata de eso, pero esta es una de las primeras veces que el ketchup-sangre sale de las heridas), algo de road-movie y acción, si se quiere algo de morriña por el cine de gánsteres (me viene al pelo recordar esta-mi entrada que también hace referencia al tema gansteril y su impacto legislativo) y humor más o menos acertado (hombre, tampoco se crean que estamos en el Bizarro). Y si se añade ese final trágico que nadie olvida y a los JASP del guapo de Beatty y la guapa de Faye (guapos-estrellas de finales de los sesenta-principios de los setenta que son y quedan muy resultones) para hacer de niños malos y aburridos que quieren vivir al límite y ser famosos en temporada de vacas flacas, pues, tenemos una película también resultona con la que podremos degustar un buen tartufo.

Para algunos la búsqueda del tartufo nunca puede terminar bien.
Y, ahora los ***:
*) Sigo haciendo auto-publicidad de este blog,
**) Ver pie de la foto del estado del coche de los forajidos reales tras la emboscada que les costó la vida (o la misma foto o este enlace)
***) Lo que da pie al segundo juego tartufero: ¿Cuáles son esas magnas y modernas influencias?

Y, para rematar una interesante información que vuelve a dar pie a un no menos interesante juego tartufero:

¿A qué variedad de manzana pertenece el bello ejemplar al que el guapo de Beatty hinca el diente mientras la guapa Faye se lo sostiene con la mano? ¡Allá ellos si prefieren las manzanas a los tartufos!

Las imágenes y el vídeo se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos pertenecen a los creadores.